domingo, 22 de noviembre de 2009

Cinco errores a evitar en la relación con el maestro. Fabrice Midal

La relación maestro-discípulo es una de las cuestiones candentes en la adaptación del zen a Occidente. Son muchos los occidentales que se acercan al zen que experimentan dificultades ante esta relación, o bien la rechazan de plano, o bien idealizan al maestro. Si tradicionalmente esta relación seguía unos patrones derivados del contexto en que se producía; vida monacal, sociedades estáticas culturalmente y rígidas jerárquicamente, inicio de la formación espiritual frecuentemente a edades muy tempranas, etc.; actualmente nuestras sociedades, sometidas a una creciente diversidad cultural, cambiantes, científico-técnicas, democráticas, en las que la vida monacal va dejando de ser una alternativa posible, etc., requieren necesariamente una reflexión en profundidad, entre otras, sobre este tema. En este fragmento Fabrice Midal, enseñante budista francés contemporáneo, nos habla de algunos de los riesgos que un planteamiento inadecuado, aunque tememos que frecuente, de la relación maestro-discípulo puede conllevar.




El fragmento cuya traducción presento ha sido extraído del libro de Fabrice Midal “Pourquoi n'y a-t-il pas de chemin spirituel possible sans un Maître ?”, Editions du Grand Est 2009.

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Como mantener una relación adecuada con el maestro: cinco errores a evitar

Fabrice Midal

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La tradición Zen posee esta del la máxima: “Si te encuentras con el buda mátalo”. El Buda no puede residir al exterior de si mismo. Olvidando que el Buda o el maestro son en primer lugar el espacio de la inteligencia que reside en si mismo, se hacen ídolos. El camino budista no consiste de ninguna manera en adorar al maestro como un ser extraordinario, sino en entrar en relación con él porque os muestre un camino que, conduciéndote cerca de ti, te trae al mundo.

Todos los errores de perspectiva vienen del olvido de que lo esencial está aquí. He aquí algunos.

Convertirlo en un icono

El primer error es percibir al maestro a la manera que tienen los adolescentes de considerar su actor fetiche o su cantante preferido – un modelo con el que identificarse que les da seguridad sobre aquello que su existencia tiene de frágil e incierto. Está de un lado el héroe lejano, soporte de todas las proyecciones, y del otro uno mismo que está separado.

Esta idealización es un obstáculo a cualquier comprensión real del dharma. Se sorprendería mucho los adeptos de esta adulación al señalar cuanto en ella encierra de agresión en la contemplación de su objeto. Sin embargo, ¿que puede ser peor para un ser humano que extirparlo así de la esfera terrestre? Le es negada la menor posibilidad de existencia, se le condena al suplicio que se infringió a si mismo el rey Midas: todo lo que él tocaba se trasformaba en oro, para él no hay ni humor, ni error posible, ni humanidad. Lleno de ironía (o de perversidad) este despiadado aislamiento que es instituido reclama el amor más puro y es acompañado de declaraciones chillonas – desmentidas sin embargo solo por el tono de la voz que las pronuncia.

Recordemos que, en realidad, la relación al maestro consiste en deshacer toda tentativa de separarse de él y de las enseñanzas para descubrir la unidad primordial que existe entre él y nosotros.

Convertirlo en una especie de padre

Segundo extravío: percibir al maestro como aquel que tiene respuesta para todo y comportarse, a su lado, como un niño que rehúsa crecer.

He visto numerosas personas, en centros de meditación, que quieren ver a su maestro para preguntarle: ¿Tengo que comprar esta casa”, “Mi hijo no es amable, ¿qué debo de hacer?”, “Mi marido no quiere hacer lo que yo deseo ...”, o “¿Qué trabajo tengo que hacer?”. El maestro se convierte en profesor, consejero conyugal o financiero, psicólogo. Estas personas generalmente  suelen finalmente irse, decepcionadas del dharma, sin darse cuenta de que no es una relación al dharma lo que ellas buscan.

La confusión con una figura paterna puede adoptar formas más complejas a poco que una herida narcisista profunda les haga pantalla. La relación afectiva toma entonces para el estudiante un lugar desmesurado en una modulación dramática desplazada. Una confusión así se superpone a todos los planos, impidiendo poder distinguir verdaderamente lo que es del orden neurótico – de una relación pues puramente fantaseada – del juego viviente de la realidad.

Más complicado todavía: algunos buscan asegurarse sobre el amor del maestro, o cuando menos de un lugar, manifestando la más completa sumisión hacia él, abandonando su propia decencia, y esperando amarrarlo así.

Recordemos que el maestro no está ahí para infantilizar a sus estudiantes sino, al contrario, para empujarles a asumir sus propias responsabilidades, a tomar su propias decisiones. No está para responder a todas las preguntas, sino para permitir arriesgarse a ser más libres.

La falta de reconocimiento

El tercer error consiste en considerar al maestro según lo que él os aporta. Tomáis aquello que os gusta, dejáis aquello que no os conviene – sin verdadero reconocimiento hacia él y sin tomar en serio sus instrucciones. Dicho de otra forma, acaparáis la experiencia de la apertura que hacéis conceptualizándola para insertarla en vuestro sistema de pensamiento. Más o menos consciente y sistemática esta actitud apunta a atrapar o rechazar vuestra vulnerabilidad y lo incognoscible propio de toda experiencia. Os separáis así de vuestro propio corazón en lugar de dejarlo llorar – como se dice de que “la viña llora” cuando en primavera la subida de sabia hace llenarse de gotitas los sarmientos.

El maestro no es un bibliotecario que os da el libro que habéis reservado, el os trasmite su propia experiencia, su propio camino, su corazón. Sin responder a esto, sin desarrollar una forma de reconocimiento y de ardor, es imposible en el fondo oír y vivir la enseñanza. Solo la gratitud corta el egoísmo y os une al maestro.

Viendo como el maestro esta él mismo al servicio de la situación, como constantemente busca ayudarnos, se pone de manifiesto que la relación más adecuada a mantener con él es servirle a nuestra vez – es decir servir la visión que lo inspira. Se participa entonces al mismo destino.


La posición histérica

El cuarto callejón sin salida es la histeria. La persona histérica se maravilla de la existencia del maestro, le canta alabanzas, cae desmayada ante su presencia. Puede incluso lograr hacerse pasar por un modelo, por el ejemplo del estudiante perfecto, hacer que alrededor de ella nadie se sienta a la altura. Solo ella sabe de lo que él tiene necesidad, solo ella lo ama. Pero la intensidad pasional en la que está atrapada no tiene nada que ver con una relación autentica. El histérico no busca de ninguna manera encontrar la persona del maestro, no tiene nada que hacer con su enseñanza – incluso si puede tener necesidad de imaginarlo grandioso y de decirlo. “Lo que la histérica quiere, explica Lacan, digo esto para aquellos que no tienen vocación, debe ahí de haber muchos – es un maestro. Esto es de todo punto claro. Es incluso la cuestión que hace falta plantearse de si no es de ahí de donde parte la invención de un maestro. Ella quiere que el otro sea un maestro, que sepa muchas cosas, pero igualmente que no sepa bastante para no creer que ella es el precio supremo de todo su saber. Dicho de otra manera, quiere un maestro sobre la que ella reine. Ella reina, y el no gobierna.”

Lo que puede ser que tema por encima de todo una persona así, es ser amada, y que de esa forma el dharma se convierta en real – pues el dharma es el espacio del amor liberado y benevolente. Su actitud apunta a preservarla de la posibilidad de ser alcanzada y hecha, por el amor, vulnerable. En su figura más terrible, la histérica quiere ser la Ley, atraparla, poseerla. Lo cual es propiamente imposible. Es por esta razón la antípoda del maestro – que es la Ley por que sabe que es ella quien le sostiene y en lo que consintió.


Creer que el maestro sabe

Otro gran error, paradójico a primera vista, es creer que el maestro detenta un saber definitivo. Verdaderamente el maestro no sabe nada. Pensar que el maestro detenta un saber que os haría falta es un forma de necedad. Verdaderamente nadie, absolutamente nadie, puede saber cualquier cosa. Esta es una de las más profundas verdades humanas.

Se pueden saber cosas – que París es la capital de Francia, que 2 y 2 son cuatro – pero en cuanto a lo esencial, en cuanto a la existencia misma, en cuanto al “gran asunto” de la vida y la muerte del cual habla el Zen, ningún saber del orden de la certeza es posible. Pero como una verdad así es abisal, espantosa, para obtener seguridad se proyecta sobre el otro la posesión del saber. Se huye así de nuestra propia finitud, allí donde el camino consiste en reconocerla y en tener nuestra oportunidad.

Cada vez que considero que alguno “sabe”, estoy al punto de ilusionarme. Nadie sabe, Reconocerlo, hacer el duelo del hecho de que otro sepa por mi, está en el centro del camino budista.

Es posible exponer esto de otra forma: lo que el maestro sabe, realmente lo sabemos también nosotros – simplemente lo hemos perdido de vista. Pero la prueba de que lo sabemos es que tan pronto como lo dice, reconocemos su proposición como verdadera. ¿Cómo podríamos reconocerla si no la conociésemos ya?

No teísmo

Los cinco callejones sin salida descritos aquí se sostienen todos sobre la dificultad en articular correctamente al maestro externo – el ser humano que encontramos – y el maestro interno – la sabiduría que espontáneamente existe en nosotros. El papel del primero es liberar al segundo, incitarlo a manifestarse en la vida de sus estudiantes. Este lugar corta de cuajo el riesgo de hacer del maestro un ídolo -y el budismo, como toda tradición espiritual, está enteramente apuntalado sobre la preocupación de evitar a cualquier precio este riesgo fatal.

El maestro no está fundamentalmente fuera de vosotros. Lo encontráis a la vez como persona y en la apertura que ya está en vosotros – y que él os muestra. La verdadera relación con el maestro consiste, por esta razón, en uniros a él, en ser Uno con él – y de ninguna forma en colocarlo al exterior de vosotros como un héroe o un dios. Esto es incluso lo esencial de la relación a Buda en la tradición no-teísta que es el budismo. Ningún Dios, ningún salvador.

El sentido de la práctica es comprender que nosotros no estamos jamas separados de la apertura que nos ha presentado el maestro. Ella reside en la palma de nuestra mano. La relación con la persona del maestro es entonces más simple, ni idolatría ni voluntad de posesión sino amor simple y benevolente.

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