viernes, 9 de abril de 2010

Los Mandarines. Mauricio Yushin Marassi


Un segundo artículo de Mauricio Yushin Marassi, que hace eco y continua al publicado en la anterior entrada ("Cuidado con la pantomima. Se puede perder estúpidamente la vida") y en el que el autor sigue denunciando las derivas en las que corre el riesgo de extraviarse la práctica del zen en occidente



(traducidos ambos y publicados con la amable autorización del autor)





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Los Mandarines
M. Yushin Marassi


En la geografía de los budismos que han llegado a Occidente sabemos que el Budismo zen proviene del Japón, sede de una cultura cuyo tejido social está organizado sobre bases confucianas. En aquel país las jerarquías, los rangos, las ceremonias creadas durante siglos (en la corte imperial china sobre todo, en la casta de los mandarines) acompañan el zen como la cáscara al huevo.

Sin embargo; mientras que en una cultura confuciana es fundamental establecer el rango de cada uno, la posición recíproca entre los distintos actores de cada escena representada sobre el escenario de la vida, con el fin de determinar sus formas de comportamiento, en el Budismo - y todavía más en el zen - la determinación de papeles jerárquicos no reviste ninguna importancia religiosa. En aquellas culturas - China, Japón, Corea, Vietnam - el código confuciano es muy antiguo, estando arraigado de tal forma que era requisito previo para cualquier actividad, laica o religiosa. Por ejemplo, ya sobre la estela de Xi'an, que se remonta al año 781, el documento escrito más antiguo del cristianismo chino, se encuentra:  "El religioso Yisi, condecorado con el título de gran dispensador, gran oficial de la radiante prosperidad, con sello de oro y cordón morado, vice-comandante de las divisiones septentrionales, inspector de la sala de los exámenes, fue honrado con el kasaya, morado"(*).

Las jerarquías - civiles y clericales - transmitidas hasta el actual Japón, con todos los rangos de los varios kyoshi, los colores de los okesa, de los koromo (títulos con los que los monjes japoneses se aderezan), son el esquema en que cada uno está encasillado; juegos de interpretación estudiados por los chinos para posicionarse y medirse dentro de un esquema social confuciano, y que no tienen nada que ver con la religiosidad de una persona. Hasta el punto de que, ya en la época de Bodhidharma, el emperador otorgó cordón y okesa morado indiferentemente a budistas, cristianos o maniqueos, para elevarlos en el rango, en la jerarquía, utilizando los mismos símbolos usados entre los mandarines.

Quien quiera títulos, encomiendas, cargos y reconocimiento; quien los proponga como preparatorios, o incluso indispensables en el camino del zen; quien piense que el budismo zen debería tener una forma fija, tal vez copiada de la cultura sino-japonesa, ofrecerá un envoltorio muerto, en lugar de la vida que sale a chorros siempre nueva, y ahora, aquí, en Europa. El zen no  necesita una forma particular. Cualquier persona interesada en esas cosas no busca el budismo ni el zen. Un poco como en los juegos de rol en los que la identidad se define por un título, un rango que permite gestionar el poder. ¿Cuál es el sentido, el mérito de vestir un koromo o un kimono?  ¿Dónde se dice que el budismo debe de imitar una forma cultural o ha de expresarse en un cierto idioma determinado? ¿Cómo ha sucedido que italianos, franceses, alemanes…, puesto que se dicen budistas,  piensen que deben vivir en habitaciones amuebladas a lo japonés, vestidos con trajes chinos, empuñando un matamoscas confeccionado con pelo de caballo como un objeto sagrado? En la práctica del zazen cultivar el deseo de las cargos y títulos, de las encomiendas y las coloridas vestimentas, constituye un obstáculo importante. Para seguir el camino del zen, para practicar en calma y reservadamente, sólo se necesitan una cojín, buena voluntad y algunos buenos amigos.

Si alguien tiene la audacia de vestirse como Buda y usar su ropa, en el caso de que suponga que esto está en armonía con lo que está viviendo, puede cosérsela solo, al igual que hizo el Buda; sin exhibirse, con esfuerzo y paciencia. Ninguna encomienda será más eficaz y eficiente, ningún título más grande, que ningún título.

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Nota (*) "Gran dispensador, etcétera ...inspector de la sala de los exámenes" fue uno de los títulos más elevados durante la dinastía Tang (618 -907). Surgió entre los grados del mandarinato civil independiente, es decir los rangos de la jerarquía de los mandarines a los que no les correspondieron cargos reales. La costumbre por parte del emperador de otorgar el kasaya morado a los monjes budistas, como reconocimiento especial, esta documentado a partir de finales del siglo VII, siendo poco después extendido también a monjes cristianos y maniqueos.







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