Con frecuencia buscamos allí donde no estamos, allí donde no somos. Pero el despertar está siempre ante nosotros, en nosotros, tan solo hemos de abrirnos a él y abrazarlo.
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Conocer el espíritu tal como es
Éric Rommeluère
En el primer capítulo del Sûtra del Gran Resplandeciente (en sánscrito Mahâ Vairocana sûtra), Vairocana, el Buda primordial, se dirige a un bodhisattva que tiene el nombre de Maestro de los Secretos. Le enseña las tres fórmulas: «El espíritu del despertar es la causa, la compasión el fundamento, los medios hábiles el resultado.» Después inmediatamente le interpela: «Maestro de los secretos, ¿Qué es el despertar? Es conocer el propio espíritu tal como es.»Estos tres breves pasajes son considerados como el centro del sûtra, la sublime palabra de Vairocana que expone abiertamente el centro de las enseñanzas de los budas.
Cuando se evoca el espíritu se piensa habitualmente en sus múltiples vicisitudes, que podrían llamarse simplemente la mente; todas esas operaciones, como el hecho de pensar, imaginar o calcular. A veces estas operaciones parecen obstruir al espíritu bajo la forma de rumiaciones o de pensamiento maniaco. A veces parecen embellecerlo. Una gran parte de la actividad humana está constituida por estas operaciones mentales: pensar, elaborar, soñar, fantasear.
Cuando se evoca el espíritu se piensa habitualmente en sus múltiples vicisitudes, que podrían llamarse simplemente la mente; todas esas operaciones, como el hecho de pensar, imaginar o calcular. A veces estas operaciones parecen obstruir al espíritu bajo la forma de rumiaciones o de pensamiento maniaco. A veces parecen embellecerlo. Una gran parte de la actividad humana está constituida por estas operaciones mentales: pensar, elaborar, soñar, fantasear.
Pero, si se vuelve a la simple experiencia de estar viviendo, sentimos como lo mental no se confunde con el espíritu. Si observáis vuestro espíritu, utilizáis vuestra conciencia. Si bien esta conciencia permite examinar el espíritu como un objeto (así pues, auto-examinarse), el espíritu no es un objeto que se puede aislar y pensar sino por una abstracción que nos separa de la experiencia inmediata. El espíritu no está separado de la experiencia. Incluso podríamos decir que espíritu no es sino otro nombre para la experiencia. Andis por la calle, sentís la oscuridad o bien la luminosidad, el silencio o el ruido. El espíritu no existe fuera de la oscuridad o de la luminosidad, del silencio o del ruido. La experiencia de estar en esta calle abarca vuestra conciencia y el mundo. Incluso sentimientos más personales y que, poco a poco, reconfiguran o distorsionan la situación por operaciones mentales sutiles o cada vez más evidentes (el silencio se puede volver opresivo, el ruido una cacofonía insoportable), se expresan como una experiencia, y no son distintas a las formas del espíritu. Más allá de estos aspectos psicológicos, o más bien más acá, cada uno de nosotros posee un tipo de presencia que nos permite estar vivos y sintiendo. Todas estas operaciones mentales se tejen y elaboran superponiéndose con el hecho primordial de la presencia. Incluso aquel que se siente ausente, desorientado, dañado, posee siempre, más o menos agudizada, un tipo de presencia sin la cual no podría vivir. El dharma nos prescribe retornar sin cesar a esta experiencia de la presencia, más allá de nuestras propias historias o nuestras particularidades, más allá de que seamos en este instante felices o desgraciados. “¿Qué es el espíritu?, Es conocer el propio espíritu tal como es.” Pero, este conocimiento del espíritu, lo tenéis ya.
Estamos presentes. La presencia es la posibilidad misma de percepción, de apertura y de atención. En este preciso instante percibís sonidos, ruidos, olores. Todas estas percepciones no forman bloques de sensaciones heterogéneas. En tanto que seres vivos tenéis una facultad que os permite integrar todas estas sensaciones en una totalidad coherente. Las enseñanzas budistas no evocan cinco sentidos, sino seis. El sentido de lo mental, que se superpone a los cinco primeros sentidos, permite sintetizar todas las percepciones sensoriales en una única experiencia de presencia. Este campo perceptivo se despliega gracias a una apertura natural del ser. La apertura puede apreciarse a partir de su opuesto, el cierre. El cierre se expresa bajo distintas formas; como la depresión, el dolor o el sufrimiento. Cuando nos cerramos, el tiempo y el espacio parecen contraerse en un único sitio, lo más a menudo en nuestro cuerpo herido y en silencio. Algunas experiencias rompen nuestra presencia natural en el mundo, y la enfermedad es una de las más habituales. Un simple dolor de muelas puede atraparnos fácilmente e imantar toda nuestra atención. Cuando la enfermedad se convierte en más aguda, el cuerpo se ralentiza, se paraliza, se contrae, se desmorona. El espíritu también se oscurece. La apertura es el modo de ser de la salud. La apertura es un poder, el de abrirse más allá de nosotros mismos sobre la riqueza y la belleza de las cosas. Poseemos igualmente una capacidad de atención que nos permite reconocer esta o aquella cosa. Igual que la percepción y la apertura, la atención se da aguas arriba de la reflexión. La atención no significa simplemente estar atento a alguna cosa en particular. Se trata de la manifestación de nuestra claridad y de nuestra lucidez. Cualesquiera que sean nuestros sentimientos, nuestras frustraciones, nuestros conflictos, nuestras confusiones, existen en este espacio real que llamamos la vida. Por la percepción, por la apertura, por la atención, participamos en lo real. Somos la realidad viviente. ¿No es necesario reconocer ya este dato primordial de la experiencia?.
Estamos presentes. La presencia es la posibilidad misma de percepción, de apertura y de atención. En este preciso instante percibís sonidos, ruidos, olores. Todas estas percepciones no forman bloques de sensaciones heterogéneas. En tanto que seres vivos tenéis una facultad que os permite integrar todas estas sensaciones en una totalidad coherente. Las enseñanzas budistas no evocan cinco sentidos, sino seis. El sentido de lo mental, que se superpone a los cinco primeros sentidos, permite sintetizar todas las percepciones sensoriales en una única experiencia de presencia. Este campo perceptivo se despliega gracias a una apertura natural del ser. La apertura puede apreciarse a partir de su opuesto, el cierre. El cierre se expresa bajo distintas formas; como la depresión, el dolor o el sufrimiento. Cuando nos cerramos, el tiempo y el espacio parecen contraerse en un único sitio, lo más a menudo en nuestro cuerpo herido y en silencio. Algunas experiencias rompen nuestra presencia natural en el mundo, y la enfermedad es una de las más habituales. Un simple dolor de muelas puede atraparnos fácilmente e imantar toda nuestra atención. Cuando la enfermedad se convierte en más aguda, el cuerpo se ralentiza, se paraliza, se contrae, se desmorona. El espíritu también se oscurece. La apertura es el modo de ser de la salud. La apertura es un poder, el de abrirse más allá de nosotros mismos sobre la riqueza y la belleza de las cosas. Poseemos igualmente una capacidad de atención que nos permite reconocer esta o aquella cosa. Igual que la percepción y la apertura, la atención se da aguas arriba de la reflexión. La atención no significa simplemente estar atento a alguna cosa en particular. Se trata de la manifestación de nuestra claridad y de nuestra lucidez. Cualesquiera que sean nuestros sentimientos, nuestras frustraciones, nuestros conflictos, nuestras confusiones, existen en este espacio real que llamamos la vida. Por la percepción, por la apertura, por la atención, participamos en lo real. Somos la realidad viviente. ¿No es necesario reconocer ya este dato primordial de la experiencia?.
El Libro de la Guirnalda Florida (Avatamsaka sûtra) posee una máxima celebre, que Oriente nunca ha dejado de meditar: «El espíritu, el Buda y el ser extraviado; no existe diferencia entre los tres.» La frase proclama que el cierre no es lo contrario de la apertura, sino la apertura reducida a su mínimo, a la manera del diafragma cerrado de un aparato fotográfico. Proclama que que la inconsciencia no es el opuesto de la conciencia, sino la conciencia en su grado más bajo. El despertar no se realiza contra la ilusión. Despertarse es un proceso de ampliación y de profundización de nuestras cualidades fundamentales de presencia, apertura y atención. Estas cualidades han estado siempre aquí, estarán siempre aquí. Nosotros no podemos desarrollarlas mas que si dejamos de verlas como cualidades que nos pertenecen, o como objetos que podríamos atrapar o manipular. Simplemente, los Despertados llevan estas cualidades a su plenitud. Su apertura es incondicional. Su generosidad no rechaza nada. Su atención es trasparente y luminosa. Los budas, igual que los seres extraviados, experimentan la enfermedad, el dolor y la pena, pero movidos por esa cualidades de apertura y atención, no están ya trabados. Aprecian la vida en sus múltiples estados y ramificaciones. Se ofrecen a la vida en el asombro y la sorpresa. Y ellos ven su espíritu tal como es.
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