La enseñanza de Buda es simple: cortar de raíz con cualquier forma o con cualquier tentativa de seducción. No prometer nada, no disfrazarse, no revestirse con bonitos títulos ni darlos, no esconder los miedos ni los fracasos; al contrario, exponerlos, no guardar nada, abdicar, convertirse en humilde y simple. La práctica es infinitamente difícil, pues va a tropezar con nuestras rutinas habituales. Al ser humano le gusta seducir para colmar su deseo narcisista. Al ser humano también le gusta ser seducido, pues quiere ser amado, quiere ser reconocido.
Hace algunas semana colgué en el bloc un post de recuerdos de los viejos tiempos. Me permití citar algunas personas y una entre ellas acaba de escribirme tras haberlo leído. Estábamos cerca en aquel tiempo, pero creo que no nos habíamos visto más desde 1983. Su carta, algo dolorosa, evoca lo que se podría denominar el pseudo-dharma, todas esas personas que hacen de la enseñanza de Buda una empresa al servicio de su narcisismo y utilizan todas sus armas de seducción y manipulación. Hay realmente que hablar de empresa puesto que estas personas actúan y razonan en términos de clientelas y de cuotas de mercado. Pasan horas y horas cultivando su imagen y perfeccionando sus argumentos de venta. Lejos de ser una excepción el pseudo-dharma es bastante corriente, aunque las formas manipuladoras pueden ser más o menos insistentes. Con un cierto talento eso funciona muy bien. El maestro G., citado en la carta, reivindica en su página la impresionante cifra de más de cien mil personas que han seguido sus últimos seminarios de despertar. Verdadero o falso ese es un buen argumento de ventas.
Esta carta es un verdadero puñetazo. Numerosas personas bien intencionadas dirán que no era conveniente publicarla. Pero ignorando u ocultando este tipo de testimonios – que yo he escuchado de forma idéntica numerosas veces – tengo miedo de que se perjudique el dharma. He aquí pues esa carta que yo publico con el consentimiento de su autor.
Buenos días Eric
Es fantástico leer tu blog. La fotografía de Daruma me ha sumergido directamente de nuevo en aquella época. Hoy en día estoy fuera de cualquier cuadro formal. Continúo viendo a menudo a X. Tras la muerte de Deshimaru él y su amiga se fueron con S. [un enseñante zen]. Estuvieron cerca de él hasta la realización de su mediocridad, de su egomanía acompañada de un punto de locura. Brevemente, crecieron, dejaron el zen y tuvieron muchos hijos. La decepción y la amargura les acompañaron durante mucho tiempo. En mi caso también. ¿Hay vida después del zen? Tras la muerte de Deshimaru fui a estudiar a Estados Unidos, al Centro Zen de San Francisco, donde viví durante un cierto tiempo. Después encontré a G. [un enseñante zen americano] y viví en su centro. Estuve muy próximo a él, el estudio de koans me fascinó en aquel entonces. Y tenia esa relación intima con él. Subí las escaleras de los privilegiados, esas personas que se sienten investidas de una misión y que comienzan a enseñar el dharma bajo la mirada condescendiente de su maestro. Pero las dudas hormigueaban bajo mi piel. Más conocía a G., más me decepcionaba; la forma en la que manejaba su vida, sus rupturas amorosas, su manipulación de los discípulos, un narcisismo sin fin y una cultura tan pobre. Su sistema funcionaba gracias a la fe ciega en la tradición y el pretendido reconocimiento de una superioridad jerárquica. Yo mismo lo he vivido cuando los participantes más nuevos en el grupo me miraban como a alguien especial, como alguien que recibía una enseñanza especial por que estaba próximo al maestro. Simplemente porque en esta cultura la enseñanza es una cosa que recibes desde arriba. Es una relación vertical con la enseñanza. Vi a muchos pobres diablos sacrificar quince, veinte años de su vida. Habían hecho apuestas familiares y en sus carreras para intentar alcanzar esa ilusoria iluminación, pero aun más todavía el reconocimiento trivial del maestro, lo cual, desde mi punto de vista, no hacía más que reforzar el narcisismo de G. Todo este sistema estaba basado sobre una mentira fundamental: «Yo he visto una cosa, he alcanzado un estado que tu no tienes todavía. ¿La prueba?, yo tengo la trasmisión y tu no la tienes todavía.» Evidentemente esto no se dice nunca en estos términos. Es mucho más sutil. Se enseña la zanahoria el mayor tiempo posible. Es ahí donde está el fraude, en tanto que se cree que hay, incluso de forma infinitesimal, alguna cosa que falta en si mismo no se puede nunca ser libre. Y toda la estructura pedagógica del zen te mantiene en un estado de falta que no puede ser llenado más que por el reconocimiento del maestro y de su trasmisión. Por lo menos es lo que yo pienso. Cuando me fui realmente maté al Buda físicamente. Verdaderamente me confronté a G. No lo vi ya más como un ser especial, sino como un estadounidense medio por el que no tenía ningún interés, como si lo hubiera encontrado en el supermercado de la esquina. No le gustó. No tenía más control sobre mí, yo era su protegido y yo le había vuelto la espalda. Yo me sentía un impostor pseudoenseñando. Aquello no olía nada bien. Ya no creía en Deshimaru, tampoco creía en su historia. Pasaron años para reestructurarme. Pasé veinte años en esta comunidad y esta cultura que sólo entienden los iniciados. Renegado, se puso precio a mi cabeza. No había que entrar en contacto conmigo. No sé por qué estoy diciendo esto. Nunca se lo he escrito a nadie. Pero, compréndeme, no hago ninguna crítica sobre tu recorrido. Es cierto, fui testigo del Zen de los años 70 y de aquello en lo que se convirtió. Gracias por tu atención.
Hace algunas semana colgué en el bloc un post de recuerdos de los viejos tiempos. Me permití citar algunas personas y una entre ellas acaba de escribirme tras haberlo leído. Estábamos cerca en aquel tiempo, pero creo que no nos habíamos visto más desde 1983. Su carta, algo dolorosa, evoca lo que se podría denominar el pseudo-dharma, todas esas personas que hacen de la enseñanza de Buda una empresa al servicio de su narcisismo y utilizan todas sus armas de seducción y manipulación. Hay realmente que hablar de empresa puesto que estas personas actúan y razonan en términos de clientelas y de cuotas de mercado. Pasan horas y horas cultivando su imagen y perfeccionando sus argumentos de venta. Lejos de ser una excepción el pseudo-dharma es bastante corriente, aunque las formas manipuladoras pueden ser más o menos insistentes. Con un cierto talento eso funciona muy bien. El maestro G., citado en la carta, reivindica en su página la impresionante cifra de más de cien mil personas que han seguido sus últimos seminarios de despertar. Verdadero o falso ese es un buen argumento de ventas.
Esta carta es un verdadero puñetazo. Numerosas personas bien intencionadas dirán que no era conveniente publicarla. Pero ignorando u ocultando este tipo de testimonios – que yo he escuchado de forma idéntica numerosas veces – tengo miedo de que se perjudique el dharma. He aquí pues esa carta que yo publico con el consentimiento de su autor.
(Para escuchar, si se desea, mientras se lee)
Buenos días Eric
Es fantástico leer tu blog. La fotografía de Daruma me ha sumergido directamente de nuevo en aquella época. Hoy en día estoy fuera de cualquier cuadro formal. Continúo viendo a menudo a X. Tras la muerte de Deshimaru él y su amiga se fueron con S. [un enseñante zen]. Estuvieron cerca de él hasta la realización de su mediocridad, de su egomanía acompañada de un punto de locura. Brevemente, crecieron, dejaron el zen y tuvieron muchos hijos. La decepción y la amargura les acompañaron durante mucho tiempo. En mi caso también. ¿Hay vida después del zen? Tras la muerte de Deshimaru fui a estudiar a Estados Unidos, al Centro Zen de San Francisco, donde viví durante un cierto tiempo. Después encontré a G. [un enseñante zen americano] y viví en su centro. Estuve muy próximo a él, el estudio de koans me fascinó en aquel entonces. Y tenia esa relación intima con él. Subí las escaleras de los privilegiados, esas personas que se sienten investidas de una misión y que comienzan a enseñar el dharma bajo la mirada condescendiente de su maestro. Pero las dudas hormigueaban bajo mi piel. Más conocía a G., más me decepcionaba; la forma en la que manejaba su vida, sus rupturas amorosas, su manipulación de los discípulos, un narcisismo sin fin y una cultura tan pobre. Su sistema funcionaba gracias a la fe ciega en la tradición y el pretendido reconocimiento de una superioridad jerárquica. Yo mismo lo he vivido cuando los participantes más nuevos en el grupo me miraban como a alguien especial, como alguien que recibía una enseñanza especial por que estaba próximo al maestro. Simplemente porque en esta cultura la enseñanza es una cosa que recibes desde arriba. Es una relación vertical con la enseñanza. Vi a muchos pobres diablos sacrificar quince, veinte años de su vida. Habían hecho apuestas familiares y en sus carreras para intentar alcanzar esa ilusoria iluminación, pero aun más todavía el reconocimiento trivial del maestro, lo cual, desde mi punto de vista, no hacía más que reforzar el narcisismo de G. Todo este sistema estaba basado sobre una mentira fundamental: «Yo he visto una cosa, he alcanzado un estado que tu no tienes todavía. ¿La prueba?, yo tengo la trasmisión y tu no la tienes todavía.» Evidentemente esto no se dice nunca en estos términos. Es mucho más sutil. Se enseña la zanahoria el mayor tiempo posible. Es ahí donde está el fraude, en tanto que se cree que hay, incluso de forma infinitesimal, alguna cosa que falta en si mismo no se puede nunca ser libre. Y toda la estructura pedagógica del zen te mantiene en un estado de falta que no puede ser llenado más que por el reconocimiento del maestro y de su trasmisión. Por lo menos es lo que yo pienso. Cuando me fui realmente maté al Buda físicamente. Verdaderamente me confronté a G. No lo vi ya más como un ser especial, sino como un estadounidense medio por el que no tenía ningún interés, como si lo hubiera encontrado en el supermercado de la esquina. No le gustó. No tenía más control sobre mí, yo era su protegido y yo le había vuelto la espalda. Yo me sentía un impostor pseudoenseñando. Aquello no olía nada bien. Ya no creía en Deshimaru, tampoco creía en su historia. Pasaron años para reestructurarme. Pasé veinte años en esta comunidad y esta cultura que sólo entienden los iniciados. Renegado, se puso precio a mi cabeza. No había que entrar en contacto conmigo. No sé por qué estoy diciendo esto. Nunca se lo he escrito a nadie. Pero, compréndeme, no hago ninguna crítica sobre tu recorrido. Es cierto, fui testigo del Zen de los años 70 y de aquello en lo que se convirtió. Gracias por tu atención.
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