Este texto es una continuación del que aparece en la entrada anterior (aquí). En ambos escritos Mauricio Yūshin Marassi realiza una reflexión crítica sobre la situación a la que ha llegado el zen en Occidente, comparándola con la de aquel clérigo que, después de abotonarse toda la sotana, se da cuenta que se había equivocado de ojal en el primer botón, la única solución es por tanto... empezar de nuevo desde cero.
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Sexo, zen y paideia
Mauricio Yūshin Marassi
Julio 2010
Tanto en los Estados Unidos como en Europa se ha verificado con cierta frecuencia, quizás en el pasado más que en el presente, que algunos líderes religiosos han tenido intercambios sexuales con quienes ellos mismos definen como discípulos y discípulas y que se reconocen como tales en sus encuentros. No pienso que sea necesario extenderse sobre cuan dañino es el hecho de que quien se encuentra en una posición de liderazgo aproveche de algún modo su status para meterse en la cama de alguien y/o permita que alguien se meta en la suya. En cambio pienso que es más importante puntualizar ahora como es (casi) igualmente negativo que se desarrollen relaciones de tipo sexual, con o sin implicaciones sentimentales, entre los practicantes de un grupo que se encuentra reunido con el objetivo de hacer zazen. No por la actividad sexual en si misma y por si misma, que no reviste - entre adultos que consienten - nada negativo, supongo que más bien se puede decir que contiene bastantes lados positivos.
El hecho es que el lazo entre personas que practican juntas tiene (debería tener) en su base la colaboración para que la propia (y ajena) práctica de zazen se pueda desarrollar del modo más sereno, continuado y profundo posible. Donde en cambio tales relaciones se desplacen sobre otro lado, y ésto también comprende el plano de la amistad entendida en sentido corriente, esa base cambia de naturaleza, se debilita y luego se disuelve. Los motivos del encontrarse y estar juntos se hacen diferentes, divergentes del simplemente predisponerse para zazen. La experiencia y la estadística llevan a decir que la evolución de tales relaciones, en la inmensa mayoría de los casos, conduce a profundas crisis dentro del grupo de iguales, (en efecto, ya no hay iguales), y a menudo también a la disolución del grupo. Además muy raramente esas relaciones tienen futuro.
El tipo de unión que se establece (que se debería establecer) con quien se sienta en zazen junto a nosotros no tiene nada que ver con ninguna de las actividades e implicaciones comúnes entre las personas. No tiene relación con el hecho de que tales personas nos atraigan, nos gusten, sean simpáticas y afínes o, al revés, no tengan nada de atractivo y positivo para nosotros, en su aspecto físico, en su carácter o en su inteligencia. En cierto sentido, nosotros para ellos y ellos para nosotros, no somos personas, se puede decir que somos algo más y en cualquier caso algo diferente. Hace falta proteger cuidadosamente este tipo de relación.
El otro argumento concierne a las sesshin. Se trata de un término japonés ( 摂 心 , lit: gobernar, cuidar del corazón. Un término, pienso, muy cercano al término griego paideia) qué indica un período de uno o más días dedicados exclusivamente a la práctica. Generalmente la mayor parte del tiempo de un sesshin esta ocupado por el zazen, aunque varios grupos integran el zazen con otras actividades. Desde hace muchos años es común que tales encuentros se desarrollen en presencia de un personaje, un monje o en cualquier caso un líder religioso que a menudo viene de lejos a propósito para esto, el cual "sostiene" o "dirige" el sesshin; por ello automáticamente se ha llegado creer que un sesshin necesita la presencia de algún tipo de autoridad que garantice su correcto desarrollo. Esto es un malentendido, cualquiera puede organizar un sesshin, incluso solo, en su casa. Para dedicar un período de tiempo más o menos largo al zazen no hay necesidad de la presencia de alguien en particular.
En cualquier caso, si queremos reconocer un papel a algún personaje particular, este se puede reservar la tarea de sostén o, en sentido más profundo, de testigo. "Hacer" los sesshin presupone una fuerte determinación, sean estos simples encuentros de medio día, o bien de más días de duración. La conciencia de la fatiga y las complicaciones prácticas y personales intrínsecas a la organización de un sesshin, por breve o largo que sea, a menudo conducen a abandonar esta forma de práctica. No hay nada malo en ello, "la invención" de los sesshin es bastante reciente, tiene un centenar de años, y no son elementos indispensables en el recorrido zen. La práctica cotidiana tiene ciertamente más importancia y, por así decirlo, efectos más duraderos y profundos en nuestra vida. El sesshin a menudo es una ocasión aislada, desequilibrada, bien sea por el empeño que requiere, bien por su incongruencia con el tipo de vida que desarrollamos, amenazando ser - un poco - como la misa dominical; durante el resto de la semana ya no necesitamos más, estamos saciados.
Sin embargo, si logramos organizar una vida en la que zazen esté protegido de forma continua como el momento más importante del día, para defender el cual se anulan compromisos y no al revés, entonces la inmersión completa en un período extenso de zazen es un tipo de experiencia "negativa" de la existencia del mundo, tan fuerte como para poder engendrar un zazen más sólido; y sobre todo capaz de aclarar cuánto nos interesa en realidad dedicarnos al zazen. A condición de que no sea una ocurrencia aislada, extraña, como he dicho, una especie de rito a celebrar de vez en cuando.
Para garantizar que unas condiciones adecuadas puedan convertirse en realidad, la presencia de una persona experta en zazen y en las sesshin puede ser útil, para dar soporte y continuidad a la cosa. Solo para esto, no para oficiar o para “apropiarse” de algo que es la máxima expresión de libertad a la que se puede adherir un ser humano. En cualquier caso se trata de un servicio, de un un regalo sin contenido, que se puede colmar con la sola presencia.
El hecho es que el lazo entre personas que practican juntas tiene (debería tener) en su base la colaboración para que la propia (y ajena) práctica de zazen se pueda desarrollar del modo más sereno, continuado y profundo posible. Donde en cambio tales relaciones se desplacen sobre otro lado, y ésto también comprende el plano de la amistad entendida en sentido corriente, esa base cambia de naturaleza, se debilita y luego se disuelve. Los motivos del encontrarse y estar juntos se hacen diferentes, divergentes del simplemente predisponerse para zazen. La experiencia y la estadística llevan a decir que la evolución de tales relaciones, en la inmensa mayoría de los casos, conduce a profundas crisis dentro del grupo de iguales, (en efecto, ya no hay iguales), y a menudo también a la disolución del grupo. Además muy raramente esas relaciones tienen futuro.
El tipo de unión que se establece (que se debería establecer) con quien se sienta en zazen junto a nosotros no tiene nada que ver con ninguna de las actividades e implicaciones comúnes entre las personas. No tiene relación con el hecho de que tales personas nos atraigan, nos gusten, sean simpáticas y afínes o, al revés, no tengan nada de atractivo y positivo para nosotros, en su aspecto físico, en su carácter o en su inteligencia. En cierto sentido, nosotros para ellos y ellos para nosotros, no somos personas, se puede decir que somos algo más y en cualquier caso algo diferente. Hace falta proteger cuidadosamente este tipo de relación.
El otro argumento concierne a las sesshin. Se trata de un término japonés ( 摂 心 , lit: gobernar, cuidar del corazón. Un término, pienso, muy cercano al término griego paideia) qué indica un período de uno o más días dedicados exclusivamente a la práctica. Generalmente la mayor parte del tiempo de un sesshin esta ocupado por el zazen, aunque varios grupos integran el zazen con otras actividades. Desde hace muchos años es común que tales encuentros se desarrollen en presencia de un personaje, un monje o en cualquier caso un líder religioso que a menudo viene de lejos a propósito para esto, el cual "sostiene" o "dirige" el sesshin; por ello automáticamente se ha llegado creer que un sesshin necesita la presencia de algún tipo de autoridad que garantice su correcto desarrollo. Esto es un malentendido, cualquiera puede organizar un sesshin, incluso solo, en su casa. Para dedicar un período de tiempo más o menos largo al zazen no hay necesidad de la presencia de alguien en particular.
En cualquier caso, si queremos reconocer un papel a algún personaje particular, este se puede reservar la tarea de sostén o, en sentido más profundo, de testigo. "Hacer" los sesshin presupone una fuerte determinación, sean estos simples encuentros de medio día, o bien de más días de duración. La conciencia de la fatiga y las complicaciones prácticas y personales intrínsecas a la organización de un sesshin, por breve o largo que sea, a menudo conducen a abandonar esta forma de práctica. No hay nada malo en ello, "la invención" de los sesshin es bastante reciente, tiene un centenar de años, y no son elementos indispensables en el recorrido zen. La práctica cotidiana tiene ciertamente más importancia y, por así decirlo, efectos más duraderos y profundos en nuestra vida. El sesshin a menudo es una ocasión aislada, desequilibrada, bien sea por el empeño que requiere, bien por su incongruencia con el tipo de vida que desarrollamos, amenazando ser - un poco - como la misa dominical; durante el resto de la semana ya no necesitamos más, estamos saciados.
Sin embargo, si logramos organizar una vida en la que zazen esté protegido de forma continua como el momento más importante del día, para defender el cual se anulan compromisos y no al revés, entonces la inmersión completa en un período extenso de zazen es un tipo de experiencia "negativa" de la existencia del mundo, tan fuerte como para poder engendrar un zazen más sólido; y sobre todo capaz de aclarar cuánto nos interesa en realidad dedicarnos al zazen. A condición de que no sea una ocurrencia aislada, extraña, como he dicho, una especie de rito a celebrar de vez en cuando.
Para garantizar que unas condiciones adecuadas puedan convertirse en realidad, la presencia de una persona experta en zazen y en las sesshin puede ser útil, para dar soporte y continuidad a la cosa. Solo para esto, no para oficiar o para “apropiarse” de algo que es la máxima expresión de libertad a la que se puede adherir un ser humano. En cualquier caso se trata de un servicio, de un un regalo sin contenido, que se puede colmar con la sola presencia.
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