domingo, 13 de marzo de 2011

Tan solo sentarse. Éric Rommeluère

Tan solo sentarse
  
Éric Rommeluère



Bajo las dinastías Song (finales del siglo X – finales del siglo XIII), el zen chino se encuentra en su apogeo. Vastos complejos monásticos reunían a veces hasta muchas centenas de monjes. Su cotidianidad se encontraba regida por numerosos protocolos, reglamentos, liturgias, rituales complejos, todo tipo de “práctica meritorias”. Sin embargo la base de la experiencia del zen no está todavía dicha en la recapitulación de estas prácticas monacales y comunitarias. Dôgen cita repetidas veces una importante afirmación de Rujing, su maestro chino, escuchada según dice sobre el monte Tientong en China Oriental. Ella alcanza el centro de esta experiencia. Dice Rujing: “Aquí no hay necesidad de quemar incienso, de prosternarse, de conmemorar en pensamiento al Despertado (el nembutsu, la oración la oración interior del nombre de Buda), de arrepentirse o de recitar los sûtra, basta sentarse (en japonés shikantazashikan es un adverbio, “solamente, simplemente”, ta un prefijo verbal intensificador, y  za “sentarse”), esforzarse en la vía (bendô), practicar la meditación (kufû) con el cuerpo y el espíritu despojados (shinjin datsuraku).”

Bajo la pluma de Dôgen, Rujing siempre parece radical. La traducción, el desarrollo de la frase, podría dejar entender que el maestro invita a un camino progresivo en cuatro tiempos ordenados, que comenzarían por sentarse, esforzarse después, practicar a continuación, para dejar finalmente al cuerpo y al espíritu despojarse de ellos mismos. De hecho los cuatro términos son utilizados por Dôgen como sinónimos. Su diferente empleo le permite explorar las múltiples dimensiones de la “meditación sentada”, zazen.

La expresión “tan solo sentarse”, shikantaza, significa que nada se interpone entre aquel que se sienta y el acto de sentarse. Esta sentada no se funda sobre ninguna creencia, ninguna idea. Se trata simplemente de vivir la experiencia. La experiencia de la simplicidad, de la bondad, de la presencia, de la desnudez. O incluso, si hay que encontrar una palabra mas potente todavía, de la libertad. La experiencia de deshacerse de las luchas, de las expectativas, de las comparaciones. Por la meditación el pensamiento es conducido a liberarse de él mismo, no es que el pensamiento sea obligado al silencio por algún tipo de forzamiento, se vacía de si mismo. El pensamiento sigue sin cesar al pensamiento, hay tantas preguntas. Se busca, se encuentra y, cuando una respuesta destruye la primera pregunta, la respuesta se muda a su vez en una nueva cuestión, no cerrando jamás el círculo del pensamiento que sin cesar se persigue a si mismo. Y sin embargo, en esta experiencia de simplemente sentarse, toda interrogación que busca su respuesta, toda respuesta que se acomoda con su pregunta, son vencidos por la experiencia misma.

“El esfuerzo en la vía”, bendô, así como su sinónimo, “la práctica – de la meditación”, kufû, parecen oponerse sin embargo al “despojamiento del cuerpo y del espíritu”, shinjin datsuraku. Como hacer se opone a dejar hacer. Kufû, “la práctica, la aplicación”, permite entender en chino la atención, la diligencia, el esfuerzo (el primero de los dos ideogramas que componen la palabra significa por otra parte simplemente  “esfuerzo”). Pero la paradoja aparente se resuelve en la experiencia viva de la meditación. Efectivamente, un abandono, un soltarlo todo, un olvido actúa, pero este soltarlo todo no es posible mas que manteniendo un esfuerzo. Nos constreñimos, en efecto, a una cierta postura, y es en el constreñimiento mismo donde naturalmente surgirán los sentimientos de apertura y de libertad interiores. Una doble dimensión de actividad y a la vez pasividad se hace evidente. Medito tanto como soy meditado. Se podría añadir que la meditación consiste en crear disposiciones particulares (su aspecto de actividad) con el fin de dejar actuar al soltarlo todo (el de pasividad). Ser pasivo no es dimitir ante lo que es. En realidad, el único actor de mi vida no puedo ser más que yo, incluido el fuero interno de la meditación. La pasividad es disponibilidad interior. La actividad es completa movilización de si mismo. No contradictorias, pasividad y actividad consiguen toda su fuerza cuando la pasividad es actividad, cuando la actividad es  pasividad.


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Extracto del Cap. II de Les bouddhas naissent dans le feu, de Éric Rommeluère, Ed. du Seuil, 2007
Fotografía: Roberto Poveda

6 comentarios :

  1. Esa vivencia del despojamiento, de la "perfecta desnudez" es, para mí, uno de los motivos para sentarme.

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  2. ¿Sólo sentarse?. ¿Nada mas que eso y nuestros kleshas se transforman, nos liberamos del sufrimiento?. La enseñanza de Dogen ¿será válida para nosotros los occidentales de esta época o acaso fue dirigida a una minoría de monjes que ya tenían una larga experiencia en la vía?.

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  3. Fue dirigida a todos. Eso quiere decir Fukanzazengi, la obra en la que hace de zazen una invitación universal. El mahayana, el gran vehïculo, se abre a todos, monjes o no monjes.

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  4. Pero para ello hemos de practicar zazen sin contaminarlo con nuestras ideas, con nuestras aspiraciones, incluida la de liberarse de algo.

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  5. en mi experiencia no es "sólo sentarse" aunque lo sea. Tras esas palabras hay mucho más de lo que puede parecer a simple vista. Hablamos de abandonar cuerpo y espíritu. No es trivial y da mucho miedo. "Quien lo probó lo sabe" que, refiriéndose a otra gran cosa, decía lope de vega. Y lo nombra como puede. Pero no es sólo sentarse. En ese sólo sentarse hay muerte y vida todo a la vez...

    bueno, no sé decirlo. Creo que lo mejor que puedo recomendar es practicarlo. Y cada cual con lo suyo.

    1abrazo

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  6. Hay muerte porque zazen es la puerta a la sabiduría ilimitada del hombre nuevo, de nuestra verdadera naturaleza tal como es. Y para ello hemos de dejar que muera en zazen el hombre viejo y que renazca desde la paz y el silencio renovado. Es vida porque ese silencio se proyecta sobre nuestra vida entera, orientándola, dándole una vida nueva que abarca todo, incluso al hombre viejo.

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