“Zazen”, desde el punto de vista oral, es una palabra japonesa que hasta ahora no ha encontrado una traducción adecuada. Sin embargo, como a menudo es oportuno, y sobre todo en este caso, lo importante no es conocer únicamente el significado de la palabra en si, sino a que se refiere esta. Es preciso volver a “eso” que precede tanto al nombre como a su significado conceptual y a lo que ella apunta.
Zazen quiere decir estar simplemente sentados. Estar simplemente sentados significa ser cuerpo. Convertirse en el propio cuerpo.
Lo difícil está precisamente aquí. Todo aquello que podríamos pensar, imaginar o hacer en ese momento excede del ser cuerpo y por tanto es preciso cesar, parar, abandonar todo tipo de actividad para ser simplemente nosotros mismos.
Puesto que el objetivo es ser simplemente nosotros mismos, es decir “ser cuerpo”, está claro entonces que no se hace zazen para entrenarse en algo ni para obtener algún poder o realización particular, zazen no es una técnica “para”. El mérito y la ventaja que se obtiene al hacer zazen es el zazen mismo. Es el fin, no el medio.
El modo correcto de practicar zazen es sentarse frente a un muro con las piernas cruzadas, la espalda erguida y la atención bien despierta.
Pero diciendo “estar sentado ante el muro con las piernas cruzadas” no se capta todavía el punto esencial. Con el fin de que nuestro recorrido sea real es necesario necesario aprender a estar sentados de una forma extremadamente simple, desde el punto de vista conceptual, pero muy difícil de realizar en la práctica si no le dedicamos todo nuestro ánimo y atención. Se trata de estar sentados, atentos y vigilantes, retornando continuamente nuestra atención sobre el estar simplemente sentados, repitiendo esta operación hasta el infinito.
A menudo, apenas estamos colocados sobre el cojín redondo que, apoyado sobre una manta o sobre una estera acolchada, constituye el asiento apropiado para realizar esta posición, nos damos cuenta de repente de que estamos pensando en algo. Zazen consiste, en cuanto nos damos cuenta (y también para darse cuenta hace falta práctica), en abandonar ese pensamiento, cualquiera que sea y volver a nosotros mismos. Después de un poco o de poquísimo, a veces después de un rato, la fantasía volverá a ponerse en movimiento y yo no deberé hacer otra cosa que volver a mis piernas doloridas y al muro ante mí controlando el tener la espalda bien derecha. Unos segundos o minutos más y de nuevo comenzaré a soñar olvidándome del lugar y de mi empeño y de nuevo deberé recomenzar permaneciendo quieto y tranquilo sobre el cojín sobre el que me encuentro. “Hacer” zazen significa repetir esta operación millones, miles de millones de veces. Por esto se puede decir que es “hacer el no hacer”, después de todo se trata tan solo de no secundar cualquier cosa que se nos ocurra hacer, a parte de sentarnos derechos y correctamente.
Cuando hacemos zazen nuestros sentidos están preparados para percibir pero no tienen ningún objeto que percibir, nuestra mente está preparada para pensar pero no hay nada en que pensar. Nuestro corazón esta preparado para el amor y el odio pero no hay nada sobre que derramarlos. Según las religiones que contemplan el sacrificio esto es ofrecer en sacrificio toda nuestra actividad, física, mental, espiritual. Un acto de completa expoliación.
Sobre un punto es bueno no llamarse a malentendidos, no debemos impedir que los pensamientos o las fantasías surjan. Somos seres humanos con un gran bagaje de experiencias, con millones de asociaciones mentales posibles y numerosas fantasías que es posible inventar. Es normal, inevitable que todo esto se manifieste naturalmente. Si en cambio intentamos hacer zazen, cuando alguna de estas cosas se manifiesta la ignoramos, la dejamos, volvemos a nosotros. Al mismo tiempo es necesario precaverse de las representaciones idealizadas y engañosas. El zazen, como se manifiesta inmediatamente a quién lo práctica, es un continuo volver a nosotros, del pensamiento al silencio del pensamiento. Pero, precisamente porqué es un continuo volver manifiesta claramente; en esa dinámica la “pura conciencia” o pensamiento vacío es solo un aspecto de aquella realidad. La búsqueda de cualquier estado o estadio particular (sea este vacío mental, samādhi, éxtasis, etc.) al interior de la práctica es un grave y limitante error.
Si este continuo retorno es la base de nuestra vida, esta no será una inútil sucesión de pasatiempos, de actividades para rellenar el tiempo vacío. Será un hacer pasar, un trascurrir la vida sin alejarse de nosotros mismos y sin haber ganado ni acumulado nada.
Para quién concibe la vida como una carrera hacia la riqueza, a acaparar bienes, dinero o poder esto es impensable porque, quién razona de este modo, dedicarse a cualquier cosa que no haga ganar algo es insensato. Para quién, en cambio, ve la propia vida como un recorrido de profundización situado entre el nacimiento y la muerte, será una gran, una decisiva victoria, absolutamente sin precio, porque, en realidad, hace falta renunciar a la propia vida precisamente para no desperdiciarla.
Veamos este punto mejor.
Vivir incluye también morir. Es decir, quién vive no puede prescindir del conocimiento de la muerte. Es preciso por tanto vivir, también, de un modo en el que se pueda tranquilamente morir en cualquier momento. No sabemos, no sabremos sino hasta que sea demasiado tarde, cuando la hermana muerte se acerque, envolviéndonos, para acogernos en su paz amiga.
Si nosotros, conscientes de que es solo una fantasía, imaginamos que nacer es como entrar en una autopista y vivir corresponde a recorrer esta autopista, entonces morir corresponderá a la garita del peaje de la salida y la forma de esta salida representará la forma de nuestra muerte.
En esa salida, en la última garita, deberemos pagar el ticket y es un ticket que se llama “todo”. En cualquier caso no se nos devolverá ningún resto. No sucederá, por ejemplo, que si damos todos nuestros recuerdos, todos nuestro haberes, el dinero, las cosas, los afectos, entonces nos sea restituido el recuerdo de un día feliz o de un momento de cercanía con la persona que amamos.. Deberemos despojarnos de todo, pensamientos y sentimientos incluidos. Nuestra desnudez sera igual solo a la que ha precedido a nuestro nacimiento.
El único modo de vivir que incluye incluso el morir es aquel que incluye el despojarse de todo, exactamente de todo, en todo instante. En otras palabras en el vivir debe ser incluida la renuncia a la vida, la perdida de la vida, porque ya forma parte del juego.
«...aquellos que tienen mujer, vivan como si no la tuvieran; aquellos que lloran, como si no llorasen y aquellos que gozan como si no gozasen; aquellos que compran, como si no pseyesen; aquellos que usan el mundo como si no lo usaran: ¡porque pasa la escena de este mundo!» (I Cor 7, 29-31).
Entonces, tal como hemos podido afrontar el nacimiento perfectamente adaptados para hacerlo, si estuviéramos desnudos como lo estábamos antes de nuestro nacimiento (o, como se suele decir en la tradición, antes del nacimiento de nuestros padres) también estaríamos adaptados, preparados para ser acogidos en nuestra morada más quieta.
Antes de afrontar el punto siguiente es preciso aclarar un aspecto que, tratándose de budismo zen, es ineludible. En Oriente, cada vez que se habla de religión o de filosofía en su sentido más alto, es casi automático que se use el término “camino”. En el evangelio de Mateo (7, 13-14) encontramos: «Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición, y muchos son aquellos que entran por ella; qué estrecha en cambio es la puerta y angosto el camino que conduce a la vida, y cuan pocos son aquellos que la encuentran». Y también, en Juan (14, 6): «”Yo soy el camino, la verdad y la vida».
Incluso si el término “camino” es utilizado de forma incisiva precisamente por el fundador de aquella que en mundo occidental es la religión más difundida, en nuestra cultura esto no tiene el espacio y la importancia que tiene en Oriente. Por esto, si no prestamos una atención particular, nos arriesgamos a dar por descontado aquello que en realidad no conocemos... El significado de esta palabra, como veremos a continuación, no es algo nebuloso o misterioso, más bien es un elemento fundamental del término “religión” cuando con ello nos referimos a vida vivida, activa. “Camino” es algo que existe solo en el momento en que se lo recorre, de otra forma no hay realidad sino solo fantasía. En la práctica recorrer un camino espiritual significa hacer referencia, en el propio mundo interior, a una enseñanza o a un ejemplo al que hemos elegido adecuarnos.
El budismo Zen es también definido como “camino del Zen” porque tiene sentido real, existe solamente si lo ponemos en práctica en cuanto enseñanza interior y no tiene ningún valor o realidad cuando es entendido en sentido teórico, abstracto. Ponerlo en práctica, es decir recorrer este camino que es llamado Zen, consiste en la introducción concreta del zazen en nuestra vida cotidiana. En otras palabras, significa orientarse en una dirección en la cual el zazen mismo es la norma de nuestro comportamiento interior. Es por esto que, precisamente de este modo, existe un camino y el recorrerlo. En cambio, en el momento en el que simplemente se habla o se teoriza sobre ello en abstracto no hay ni camino ni el recorrerlo.
(Continuara ...)
_________________________________________________Del libro "E SE UN DIO NON CI VENISSE A SALVARE?. Il buddismo Zen in sei conversazioni", de Mauricio Y. Marassi y Giuseppe J. Forzani", Ed. Marietti, Genova, 2003, p. 30 ss.
Traducción y fotografía (Les misérables. Arles): Roberto Poveda
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ResponderEliminarMe siento idiota aplaudiéndole al ordenador, pero es lo que merecía este post. Gracias de nuevo.
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