Despertarse de la pesadilla
Reflexiones budistas sobre el movimiento Occupy Wall Street
David R. Loy (octubre de 2011)
En una entrada sobre el movimiento Occupy Wall Street en su blog budista, Michael Stone cita al filósofo Slavoj Ẑiẑek que se dirigió a los indignados de Nueva York en Zuccotti Park el último 9 de octubre:
«Os dicen que somos unos soñadores. Los verdaderos soñadores piensan que las cosas pueden continuar indefinidamente como están. Nosotros no somos unos soñadores. Nos despertamos de un sueño que se convierte en una pesadilla. No destruimos nada. Somos solamente los testigos de un sistema que se destruye a si mismo. Todos conocemos esa escena clásica de los dibujos animados: El gato Silvestre llega al borde del precipicio, pero continúa andando sin saber que no hay nada abajo. Es solo cuando baja los ojos que se da cuenta de esto y cae. Es eso lo que estamos haciendo. Decimos a los tipos de Wall Street: " ¡Eh, mire hacia abajo!"»
Como Slavoj y Michael dicen, empezamos a despertar de este sueño. Es una manera interesante de expresarse, porque el Buda también se ha despertado de un sueño. Buda significa el “Despierto”. ¿De qué sueños se despertó? ¿Existe un vínculo con la pesadilla de la que nos despertamos actualmente?
Desde el comienzo, los ocupantes de Wall Street han sido criticados por sus reivindicaciones imprecisas: a pesar de que está claramente en contra del sistema actual, no estaba claro a favor de qué estaban. A partir de entonces, se han dado detalles: numerosos manifestantes reclaman mayores impuestos para los ricos, una tasa "Robin Hood" (Tobin) sobre las transacciones financieras, y una reforma bancaria para separar los bancos de depósitos de los de inversión. Se trata de objetivos loables, aunque sería erróneo creer que estas medidas por sí solas resolverán el problema de fondo. Deberíamos darnos cuenta del descontento general y difuso que tanta gente siente, porque refleja la conciencia general y difusa de que las raíces de la crisis son muy profundas y requieren de una transformación más radical (literalmente, "yendo a la raíz ").
Wall Street es la parte más intensa y la más visible de una pesadilla mucho más grande: la ilusión colectiva de que nuestro actual sistema económico - el capitalismo de mercado, consumista y global - no es sólo el mejor, sino el único posible. Es conocido como Margaret Thatcher lo expreso: "No hay alternativa." Los acontecimientos de los últimos años han socavado esta confianza. Las últimas semanas son una reacción a la constatación generalizada de que nuestro sistema económico está arreglado de forma que beneficie a los ricos (el "uno por ciento") a expensas de la clase media (que está declinando rápidamente) y de los pobre (cuyo número está creciendo rápidamente) y, obviamente, a costa de numerosos ecosistemas, lo que tendrá un gran impacto en la vida de nuestros nietos y sus hijos. Somos conscientes de que este sistema injusto está averiado, y de que es necesario que esté averiado con el fin de que se puedan desarrollar alternativas mejores.
No es únicamente la economía lo que hay que cambiar, pues no hay una separación real entre el sistema político y el sistema económico. Con la decisión dictada por la Corte Suprema el año pasado (Citizens United), que elimina la limitación de los gastos de las empresas con vistas a influir en las elecciones, el poder de las empresas parece haber tomado el control de los niveles más altos del gobierno federal y de los Estados, incluida la presidencia (Obama recibió para su campaña más contribuciones de Wall Street que cualquier otro presidente desde 1991, lo que permite entender la decepcionante elección de sus asesores económicos). Hoy en día la élite navega fácilmente entre la gabinetes ministeriales y la dirección de grandes grupos, pues de ambos lados se comparte la misma visión inquebrantable: la solución a todos los problemas radica en un crecimiento económico sin límites. Por supuesto, son también ellos los que obtienen el beneficio mayor de esta visión limitada. Lo que significa que el desafío para el resto de nosotros es que la gente que controla este sistema económico/político no tienen la más mínima motivación para hacer los cambios fundamentales necesarios.
A pesar de que los Demócratas no se hayan vuelto tan locos como los republicanos a este nivel, no hay ninguna diferencia real entre ellos. En los últimos años en el Congreso de los Estados Unidos, Dan Hamburg, un miembro demócrata de California, concluyó: «El verdadero gobierno de nuestro país es el económico, que está dominado por grandes grupos que imponen sus dictados al Estado. El principal objetivo de los dos partidos [políticos] es promover un entorno estable en el que las grandes empresas y sus accionistas pueden prosperar.» Siempre tenemos el mejor Congreso que el dinero puede comprar - como ya se señaló Will Rogers en la década de 1920.
Desde una perspectiva budista, el hecho es que este sistema integrado es incompatible con las enseñanzas budistas, ya que estimula la codicia y la ilusión que están en el origen de dukkha (el sufrimiento). El papel de los derechos económicos, políticos y sociales de los grupos más grandes (a menudo transnacionales), que tienen su propia vida y persiguen su propia agenda, es fundamental en la crisis actual. A pesar de toda la publicidad y la propaganda de sus relaciones públicas a la que estamos expuestos, sus intereses mayores son bastante diferentes de lo que es lo mejor para el resto de nosotros A veces oímos hablar de la "empresas iluminadas" (enlightened corporations), pero esta metáfora es engañosa, y la diferencia entre esta iluminación y la iluminación budista es instructiva.
El poder creciente de las empresas se institucionalizó en 1886, cuando la Corte Suprema dictaminó que una empresa privada era una persona en el sentido de la Constitución de EE.UU. y que ella se beneficiaba como tal de todas las protecciones garantizadas por la Declaración de Derechos, incluida la libertad de expresión. La ironía es que esto aclara el problema, como lo aclaran muchos carteles de Occupy Wall Street, las empresas no son personas, sino construcciones sociales. Obviamente, la constitución en sociedad (incorporation, en el original ingles, del latín corporis "cuerpo") no significa tener un cuerpo físico. Las corporaciones son ficciones jurídicas creadas por las reglamentaciones gubernamentales, lo que significa que son intrínsecamente ajenas a la clase de responsabilidades que enfrentan las personas. Una empresa no puede reír o llorar. No puede disfrutar del mundo o sufrir con él. Es incapaz de lamentar lo que a hecho (si acaso pueden pedir disculpar , pero esa son relaciones públicas).
Una empresa, y esto es lo más importante, no puede amar. El amor realiza nuestra interrelación con los demás y lleva a interesarse por su bienestar. El amor no es una emoción, sino un compromiso con los demás, que incluye nuestra responsabilidad hacia ellos - una responsabilidad que trasciende nuestro propio interés. Las empresas no pueden sentir ese amor ni actuar en consecuencia. Cualquier director ejecutivo que intentara subordinar la rentabilidad a su amor por el mundo perdería su trabajo, porque no cumpliría con su responsabilidad primordial, que es de carácter financiero, hacia sus propietarios, los accionistas.
El despertar budista incluye la comprensión de que el sentimiento de ser un yo separado del mundo es una ilusión que causa el sufrimiento a nosotros mismos y a los demás. Realizar que yo soy el mundo - que "yo" soy una de las muchas maneras en que el mundo se manifiesta – representa el aspecto cognitivo del amor que siente una persona despierta hacia el mundo y sus criaturas. La realización (la sabiduría) y el amor (la compasión) son las dos caras de una misma moneda, es por esto por lo que los maestros budistas insisten a menudo en el hecho de que el despertar auténtico está acompañado por una preocupación espontánea hacia todos los seres sensibles.
Las empresas "caminan" gracias a una línea de seres humanos muy diferente y que la refuerzan. La economía de los grandes grupos requiere codicia al menos de dos formas: el deseo de siempre más ganancias es el motor del proceso económico, para mantener el crecimiento económico, el consumidor deberá estar condicionado a querer siempre más.
El problema de la codicia empeora cuando se institucionaliza bajo la forma de una construcción legal que se arroga privilegios independientes de los valores personales y motivación por parte de aquellos que emplea. Tomemos el ejemplo de los mercados financieros. Por un lado, los inversores quieren más rentabilidad en forma de dividendos y valoraciones en bolsa más elevadas. Por otro lado, esta expectativa anónima se refleja en una presión impersonal pero constante sobre la rentabilidad y el crecimiento, de preferencia en el corto plazo. Todo lo demás, ya sea el medio ambiente, el empleo, la calidad de vida, se convierte en una "externalidad" sometida a esta demanda anónima - un objetivo que nunca puede hacerse realidad. Todos participamos en este proceso como trabajadores, empleadores, consumidores e inversores, con poca o ninguna responsabilidad moral, porque esa conciencia está incrustada en la impersonalidad del sistema.
Podemos responder que algunas empresas (pequeñas empresas o negocios familiares) cuidan a sus empleados, o están preocupadas por el impacto sobre el medio ambiente, etc. El mismo argumento puede aplicarse a la esclavitud: algunos amos buenos se preocupaban por sus esclavos. Ello no refuta el que la institución de la esclavitud sea inaceptable. Es igualmente inaceptable hoy en día que nuestro bienestar colectivo, incluyendo ahí cómo los "recursos" limitados de la Tierra son compartidos, sea determinado por lo que aporta dinero a las grandes empresas.
En resumen, nosotros nos despertamos tomando conciencia de que a pesar de que las corporaciones transnacionales son económicamente rentables están estructuradas de tal forma que las vuelve socialmente deficientes. No podemos resolver los problemas que crean constantemente abordando las prácticas de una sociedad en particular (como Morgan Stanley o Bank of America), porque la institución en sí misma es el problema. Considerando su influencia sobre el proceso político, no será fácil de cuestionar su papel, pero estas tienen su cordón umbilical: Los códigos de conducta de los grupos (corporate charters) pueden ser reescritos para exigir una responsabilidad social y ecológica. Grupos como la Red de Progresistas Espirituales (Network of Spiritual Progressives) han reclamado una enmienda a la Constitución de EE.UU. sobre la responsabilidad social y ambiental (ESRA), que obligase. Si nuestro destino es permanecer en manos de las empresas, estas deberían rendir cuentas, no a inversores anónimos, sino a las comunidades en las que operan. Tal vez Occupy Wall Street sea el comienzo de un movimiento que lleve a ello.
Y, sin embargo, esto no sería suficiente. Hay otra cuestión, aún más fundamental: la visión del mundo que anima y justifica esta especie de pesadilla económica de la que comenzamos a despertar. En términos budistas el problema no es sólo la codicia, sino también la ignorancia. La teoría más frecuentemente utilizada para justificar el capitalismo es la "mano invisible" de Adam Smith: la búsqueda del interés personal trabaja para el beneficio de la sociedad en su conjunto. Creo que los Directores Ejecutivos tienen motivaciones un poco menos benignas. No es por casualidad que la influencia de las grandes empresas creció al mismo tiempo que la popularidad del darwinismo social, la ideología que distorsiona la teoría de la evolución de Darwin aplicándola a los campos social y económico. Fuera es la jungla y sólo sobreviven los más fuertes. Si no domináis a los otros, serán ellos los que os dominen. La teoría de la evolución de Darwin prescinde de un creador y por tanto de seguir sus mandamientos. Es el sálvese quien pueda …
El darwinismo social ha generado un círculo vicioso: mientras más personas creen en esta teoría y actúan en consecuencia, más se convierte la sociedad en una jungla darwiniana. Este es un ejemplo clásico de cómo co-creamos juntos el mundo en el que vivimos. Es quizás aquí donde el budismo puede aportar más, ya que ofrece una visión alternativa del mundo basado en una comprensión más elaborada de la naturaleza humana, que explica por qué somos infelices y la forma en que podría devenir más felices. Estudios recientes, psicológicos y económicos, confirman el papel destructivo de la codicia y la importancia de la relaciones sociales saludables, lo cual está de acuerdo con el énfasis en la generosidad y la interdependencia en el budismo.
En otras palabras, el problema no es sólo nuestro defectuoso sistema económico y político, es también una visión errónea del mundo que alienta el egoísmo y la competencia en lugar de la comunidad y la armonía. El Occidente moderno se divide entre un teísmo en el que es difícil de creer y una ideología de la competencia feroz que vuelve la vida difícil para todos nosotros. Afortunadamente hay en este momento otras opciones.
El budismo también tiene algo importante que aprender del movimiento Occupy Wall Street: no es suficiente concentrarse en despertar del sueño individual. Hoy estamos llamados a despertar juntos de lo que se ha convertido en una pesadilla colectiva. ¿Será hora de llevar a la calle nuestra práctica espiritual?
«Si seguimos maltratando la tierra de esta manera, no hay ninguna duda de que nuestra civilización será destruida. Este cambio radical supone el despertar. El Buda alcanzó la iluminación personal. Debemos desarrollar un despertar colectivo para detener esta carrera hacia la destrucción. La civilización morirá si seguimos perdiéndonos en la competición por el poder, la fama, el sexo y el beneficio.» (Thich Nhat Hanh)
David R. Loy (Octubre de 2011)
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Traducido del blog de Éric Rommeluère J'ai deux kôans à vous dire...
El artículo puede ser reproducido libremente mencionando el nombre de su autor (David Loy)
Excepto la foto de David Loy (obtenida de la web) el resto son mías (distribución libre)
Excepto la foto de David Loy (obtenida de la web) el resto son mías (distribución libre)
De David Loy están traducidos al español los siguientes libros:
El gran despertar: Una teoría social budista (Ed. Kairos)
No dualidad (Ed. Kairos)
Dinero, sexo, guerra y karma (Ed. Agapea)
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