sábado, 23 de enero de 2010

Ética y sexualidad. Michel Proulx

La ética en el zen tradicionalmente se articula alrededor de los preceptos. Pero estos, en tanto que articulación simbólica, no son iguales al acto en si mismo. Los preceptos ocupan su lugar antes y despues de la acción, pero en el momento de la acción misma tan solo existe nuestra responsabilida e implicación con la realidad misma. Nada ni nadie puede ocupar nuestro lugar en el instante mismo. En el instante mismo tan solo nosotros somos capaces de realizar o de no realizar un acto determinado, y este tendrá consecuencias siempre e irremediablamente en nosotros y en el mundo entero, seamos o no capaces de percibirlo. En este sentido los preceptos no son mandatos absolutos, sino simple recomendaciones, y el bodhisatva deberá en algunas ocasiones transgredirlos incluso, y afrontar, igual que cuando los cumple, las consecuencias de sus actos. En esta linea de reflexiones quiero ofreceros hoy un nuevo artículo sobre la ética desde el punto de vista del zen traducido, con su amable autorización, del blog de Michael Proulx, un heredero frances del Dharma del maestro Gudo Wafu Nishijima.


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Ética y sexualidad
Michel Proulx

Una de los aspectos centrales del Budismo es la idea de “dukkha”, la insatisfacción, el mal estar, el estrés, la frustración, etc. Este “dukkha” es el producto de la inadecuación que existe entre nuestras expectativas y la realidad.

Será pues evidente para cualquiera que conozca la capacidad del sexo para atraparnos en estas expectativas irrealizables que hay en el una importante fuente de este “dukkha”.

En uno de los capítulos de su “Shôbôgenzô” dice Dôgen: “Primero, existe el don gratuito. Segundo, la palabra agradable. Tercero el comportamiento caritativo. Y cuarto, la cooperación.”

El maestro Nishijima añade que si se está equilibrado no se puede ser rácano. Si alguna cosa no nos sirve, se la da a los otros sin dudar. Igualmente nos es natural ser educados, lo que vuelve a los demás más felices. Somos felices de socorrer a los demás y, en fin, tendemos a cooperar en un objetivo común, lo cual permite realízalo más rápido.

Esta es ciertamente la base más sana para la ética. El equilibrio es importante, pues no hay equilibrio físico sin equilibrio mental y viceversa. Nosotros, budistas, no fundamos nuestra moral sobre un controlador omnipotente y omnisciente que nos castigará si lo desobedecemos. Actuamos, y sabemos que nuestros actos entrañan consecuencias: somos nosotros quienes nos “castigamos” cuando cometemos errores.

La ética es pues un forma de crearnos el mundo en el cual queremos vivir. Cuando se esparce la mierda por todas partes, no hay que sorprenderse de andar dentro. Hay pues que prestar atención a lo que se hace. Sin que, por otra parte, ello nos paralice. Hace falta un cierto grado de audacia. Sabiendo que habrá consecuencias, hace falta actuar, pues no actuar también las tendrá.

Esto es la responsabilidad, la palabra clave. Saber que no se puede huir de las consecuencias de los propios actos. ¿No decimos que el Buda, poco antes morir, habría declarado “Durante más de cuarenta años no he enseñado otra cosa que dukkha”?

Aquí es necesario examinar un poco el problema del “no-yo”, doctrina íntimamente ligada a nuestro propósito. El Buda nos enseña que aquello que tenemos por más importante, nuestro “yo” o “ego”, no tiene substancia real. Se trata de una construcción psico-socio-lingüística. Psico, pues se produce por un condicionamiento mental; socio, porque es desarrollada en contacto con los otros; y lingüística, porque coincide con el aprendizaje de los pronombre “yo”, “mi”, “mío”, etc.

Pero, por parafrasear el Sûtra del Diamante: “El ego no es un ego, se le llama “ego”. La falta de substancia real de esta construcción entraña un sentimiento de irrealidad en lo más profundo de nuestro ser, y este sentimiento es reprimido, de donde una impresión de carencia, de incompletud, que nos que alguna cosa falta en nuestra vida. Tenemos pues tendencia a querer colmar esta falta con alguna cosa que nos de una “prueba” de nuestra existencia real, un poco como lo hace un espejo: el dinero, la gloria, la celebridad, el poder, los bienes materiales, el sexo. Sin embargo, bien vemos al leer las biografías de los dictadores que, más su poder es absoluto, más les parece no tener un control suficiente sobre sus sociedades.

Todas las sociedades intentan impedir que el aspecto “dionisíaco” del sexo entrañe el caos. La Sangha budista no es una excepción. Pero como la mayoría entre nosotros somos de cultura cultura católica, o más generalmente cristiana, compartimos un poco la absurda obsesión de esta religión por el sexo y tendemos, puede que inconscientemente, a reproducir los paradigmas.

A propósito del sexo, en el budismo existen los “preceptos”. Estos no son mandatos, sino recomendaciones. Hay que evitar hacer lo que podría comportar daños, directos o colaterales, a si mismo, a los demás y también a ambos. Es más o menos como el código de circulación. Hay personas para las que la obediencia del código es absoluta, hasta el día en el que las circunstancias los obligan a contravenirlo, y, como no se han hecho detener, o no hay ningún daño, se olvidan de una vez por todas del código. Puede haber casos en los que esté indicado contravenirlo. ¡Pero esto no significa olvidarse!.

Cuando el Zen llegó a Occidente salíamos de una sociedad extremadamente represiva, y el Zen pasaba por una doctrina en la que se podía justificar todo, si se estaba “en el buen estado”. Era pues bastante lógico que aquellos y aquellas que buscaban una solución a su búsqueda espiritual pero rechazaban encerrarse en la antigua represión de los sentidos hayan pensado que aquí tenían abierta la puerta a todo.

Después llegaron los escándalos: desvío de fondos, abusos de poder sobre personas frágiles, alcoholismo y todo lo que sigue. ¿Pero era el Zen responsable de estos abusos de poder? El Zen ciertamente no, pero una cierta tradición amparándose en este nombre, sí.

El budismo es una vía de liberación, no de avasallamiento. Pero libertad quiere decir también responsabilidad. Y, bajo el paraguas de la liberación, sabemos bien que puede imponerse la peor de las esclavitudes.

Sin embargo, es inútil hacer toda una conferencia para saber todos los líos que el sexo puede generar. Es un apetito físico y, por esto mismo, entraña problemas. ¡Es incluso el ejemplo más fundamental de dukkha de no poder estar con quién se desea y de estar atrapado con quién no se quiere!.

Se ve, por ejemplo, un bello objeto de deseo, nos desvivimos por poder tenerlo, se sufre porque no lo conseguimos, y se termina por sufrir una vez que se consigue porque entonces comienza el aburrimiento... Sin contar el delirio del “alma gemela”, ser ideal que, cada vez que se le encuentra, descubrimos que es el ser perfectamente compatible con el que se había soñado. Se parte pues inmediatamente a la caza de la “verdadera” alma gemela. Y así sin fin.

Nos apegamos de forma ilusoria a un nombre/forma y, en el caso del donjuanismo, se deja tras de si una estela de pegos y malestares sobre el cual sería muy presuntuoso creer que no se sentirán nunca las consecuencias. Es tan fácil quedarse fijado con el objeto de la pasión, o obsesionarse con el placer sexual en general.

El problema es que esperamos demasiado. Sin todos esos mitos del amor romántico puede ser que estuviésemos menos obsesionados y que sufriéramos menos cuando nuestra expectativas no se realizan todas (o no del todo). Cuando se espera a que el sexo (o el dinero, la gloria, etc.) nos haga felices, o que nuestro compañero nos complete, pedimos demasiado.

A propósito, no puedo resistir a la tentación de contaros la vieja historia de dos bonzos que viajaban juntos. Ellos llegaron a un río donde se encontraba una joven que no se atrevía a atravesarlo pues la corriente era demasiado fuerte. Uno de los bonzos la tomo sobre su espalda y la ayudo a cruzar. Durante todo el resto del viaje su camarada no le dirigió la palabra, Llegados al monasterio le preguntó: “¿Por qué estás enfadado?” – “Tú has contravenido nuestra regla, ¡has cogido a esta mujer en tu espalda!” – “¡Oh!, escucha. Yo, a la joven, la he dejado en el río”. ¿Por qué tú cargas todavía con ella?

El maestro Dôgen decía: “Hay gente estúpida que pretende que hace falta evitar a las mujeres porque son objeto de deseo. ¿Pero si hiciese falta odiar a las mujeres, por que no habría que odiar también a los hombres?”

Un alto funcionario chino estudiaba el budismo el budismo con un viejo maestro zen y le preguntó: “¿Qué es, a fin de cuentas, lo esencial de las enseñanzas de Buda?” El viejo maestro le respondió: “Evitar el mal, hacer el bien para las otras criaturas”. El alto funcionario replicó: “¡Si es así, incluso un crío de tres años podría habérmelo dicho!”

El viejo replico: “Un niño de tres años podría decíroslo, pero incluso un viejo de ochenta años no lo consigue.”

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