No ha sido el budismo Zen el que ha decidido volverse hacia Occidente sino que ha sido, por así decir, invitado. Después nos hemos dejado invadir.
Este mecanismo nos introduce inmediatamente a una de las características de aquello que, en ausencia de un término mejor, llamaremos religión. Para poder tener la posibilidad de acercarse a ella la primera e indispensable “cosa” que hay que hacer es buscar. Esta búsqueda no tiene nunca fin, se inicia y se desarrolla como cualquier otra búsqueda en la cual no sabemos qué estamos buscando. Es decir, el inicio consiste en liberarnos de nuestras ideas preconcebidas.
Y es eso lo que os pido hacer precisamente en este momento. Por dos motivos, uno lógico y uno externo a la lógica.
Cuando buscamos alguna cosa que no conocemos y le damos un rodeo con nuestra imaginación es muy probable que el fantasma que habíamos imaginado se convierta en el objeto de nuestra búsqueda. Arriesgamos así descartar precisamente aquello que realmente buscamos.
El motivo más allá de la lógica reside en el hecho de que la vía del Zen, que es una vía de búsqueda, consiste precisamente en buscarlo o aproximarse sin taparlo, esconderlo con la imaginación. De hecho el método base de la práctica del zen es liberarse de las ilusiones. Es decir liberarse de suponer conocer.
Pero, si no podemos suponer, es decir imaginar, entonces no podremos ni siquiera dar curso a nuestros pensamientos respecto al Zen. A aquello que habitualmente llamamos y consideramos el proceso cognitivo. En esas condiciones, ¿como podremos acercarnos y conocerlo?
Con todo el resto, al margen del pensamiento discursivo.
Es decir el Zen atañe a un ámbito en el que el pensamiento discursivo no sirve para nada, más bien estorba. Por tanto, en ese campo, no sirven para nada la lógica, la racionalidad, el buen sentido, la imaginación, la fantasía...
No nos debemos desalentar en el momento en que somos llamados en causa en ausencia del pensamiento discursivo. Estamos perfectamente en condiciones de funcionar, de actuar y aprender en esas condiciones, pero, de repente, no nos damos cuenta. En este momento, si de verdad me estáis escuchando, no estáis pensando, es decir no producís pensamiento discursivo.
O bien, por ejemplo, imaginad que sucede cuando escuchamos una música y estamos verdaderamente absortos en esa escucha, también es ese caso nuestro pensamiento está privado de contenido y es por esto que podemos dejarnos invadir por la música. Apenas nos ponemos a pensar, incluso a propósito de la música misma, en ese momento ya no escuchamos. Así sucede también cuando miramos una película, o bien leemos un libro. Incluso cuando hacemos el amor; si nos ponemos a pensar, a razonar, a calcular, arruinamos todo.
Para acercarnos otra vez a aquel ámbito que en occidente es definido como ámbito religioso o religión simplemente, observemos un momento lo que sucede mientras rezamos. Si mientras recitamos una oración nos ponemos a pensar en nuestras cosas, llegaremos en un instante al fin de la oración, pero no seremos de ninguna manera conscientes de aquello que hemos repetido. Nuestros labios, en ese caso, emiten sonidos que para nosotros no tienen un sentido particular.
Repetir mecánicamente una palabra u otra es indiferente (a parte de las diferencias sutiles suscitadas por un sonido u otro). En el budismo Zen, refiriéndose a ese modo distraído de rezar, se dice que es como el croar de las ranas, donde incluso la rana mejor y más diligente está solo croando. Aquello que quiero decir es que el pensamiento discursivo es un estorbo incluso cuando rezamos.
Podemos dar un paso más. Pensemos, por ejemplo, en la fe. Si cuando decimos o proclamamos “yo creo en Dios”, precisamente en aquel instante nos imaginamos a Dios, es decir, damos un rostro, una forma o una característica al Dios en el que creemos, inmediatamente somos idolatras. La fe para ser autentica no puede mas que ser vacía. Sin un objeto o un muñeco imaginado por nosotros. Incluso en Dios el camino, el pasaje correcto es, por tanto, no alimentar el pensamiento discursivo, la imaginación. No es fácil, más bien es muy difícil. Y es difícil por un motivo muy claro, evidente, estamos apegados, adheridos a nuestros pensamientos, a nuestras opiniones sobre la realidad, a nuestras concepciones de la vida. Hasta el punto que estamos orgullosos, las exhibimos y por añadidura buscamos imponerlas a los otros.
Esto sucede a pesar de que todas nuestras ideas y representaciones de la realidad están seguramente, irremediablemente erradas. Por que no son otra cosa que fruto de nuestra imaginación.
La realidad escapa del pensamiento y de las definiciones verbales.
Podemos decir que existen varios planos de realidad. Simplificando, podemos restringir nuestra observación a dos de ellos: el plano convencional y el plano no convencional, el cual, provisionalmente, podemos definir como sustancial.
Si me muevo sobre el plano convencional y digo “el cielo es azul”, está bien, lo entendemos y no produzco escándalo. También así, hablando comúnmente, si digo que Dios es bueno o que el zen es fascinante, no pienso que suscite otra cosa que un tibio consentimiento y un moderado aburrimiento.
Sin embargo, sobre el plano no convencional estas afirmaciones no tienen ningún sentido. Son migajas de sentido común.
De hecho el cielo, en tanto tal, no tiene color, más bien no es siquiera posible imaginarlo, ¿como podríamos decir por tanto que color tiene? A menos que nos refiramos al contenido del cielo, es decir el aire, las nubes, las estrellas y el universo entero, pero este contenido es variado y en cualquier instante decir que es azul no tiene sentido.
Lo mismo vale para la afirmación “Dios es bueno”. Es un antropomorfismo, que si es aplicado a Dios hace una marioneta reducida a nuestra esperanzas de cómo quisiéramos que fuera.
Decir pues que el Zen es fascinante es verdaderamente demostrar que no sabemos de qué estamos hablando. Es una afirmación que recuerda a la Patafísica de Jarry.
Sin embargo, en la vida de todos los días, un poco por hábito somnoliento un poco porque en realidad no es posible hacer otra cosa que expresarse a través de imágenes codificadas que remiten a una realidad muy distinta de nuestras palabras, usamos expresiones como “azul”, “bueno” y “fascinante”, sin ni siquiera preguntarnos cual sea su verdadera pertinencia, qué relación tienen con aquello de lo que estamos hablando y pensando.
El ámbito del Zen comienza cuando dejamos caer estos estereotipos, y entre los estereotipos incluyo tanto el significado como el significante. Es decir tanto los conceptos o hipótesis a propósito de la realidad, como las palabras para expresarlos. Entramos en ese ámbito cuando comenzamos a observar con nuestros ojos sin interferir. A escuchar con nuestras oídos sin interferir. A considerar la realidad con todo lo que somos, sin esconderla con el pensamiento discursivo y la imaginación.
Atención, no estoy diciendo que el pensamiento discursivo, el razonamiento sean cosas malas o inútiles. Absolutamente no, es una cuestión de ámbitos. Si debo construir un puente, será necesario, indispensable, utilísimo dar cuerpo a todas las fantasías que me puedan ayudar a calcular los requerimientos a los que será sometido, para imaginar cual será su estructura.
O bien si debo plantar un cultivo de alubias, especialmente si soy un principiante, debo hacer muchos razonamientos, valoraciones y medidas, cálculos y previsiones, fantasías de todo tipo.
Si en cambio intento dedicar mi atención a la naturaleza real de mi vida, al sentido último de las cosas, al significado a atribuir a términos como Dios, vida, muerte, entonces mis razonamientos no me llevarán lejos. Porque inevitablemente serán imaginaciones, fantasías a propósito de aquello que no conozco y que no tiene nada que ver con el pensamiento discursivo, si no es por el hecho de que también el pensamiento discursivo está al interior de nuestro campo de investigación. Y estando al interior no lo puedo comprender, ni describir, porque tanto el comprender como el describir son operaciones que requieren un punto de vista externo. No solo, el contenido del pensamiento, nuestra fantasías, son necesariamente finitas (es decir, no infinitas), sobre el plano temporal además de sobre el espacial. En otras palabras la inmortalidad, el infinito, la eternidad o, si preferís, Dios, es un pez demasiado grande (o demasiado pequeño) para poder ser capturado con el pensamiento.
Este mecanismo nos introduce inmediatamente a una de las características de aquello que, en ausencia de un término mejor, llamaremos religión. Para poder tener la posibilidad de acercarse a ella la primera e indispensable “cosa” que hay que hacer es buscar. Esta búsqueda no tiene nunca fin, se inicia y se desarrolla como cualquier otra búsqueda en la cual no sabemos qué estamos buscando. Es decir, el inicio consiste en liberarnos de nuestras ideas preconcebidas.
Y es eso lo que os pido hacer precisamente en este momento. Por dos motivos, uno lógico y uno externo a la lógica.
Cuando buscamos alguna cosa que no conocemos y le damos un rodeo con nuestra imaginación es muy probable que el fantasma que habíamos imaginado se convierta en el objeto de nuestra búsqueda. Arriesgamos así descartar precisamente aquello que realmente buscamos.
El motivo más allá de la lógica reside en el hecho de que la vía del Zen, que es una vía de búsqueda, consiste precisamente en buscarlo o aproximarse sin taparlo, esconderlo con la imaginación. De hecho el método base de la práctica del zen es liberarse de las ilusiones. Es decir liberarse de suponer conocer.
Pero, si no podemos suponer, es decir imaginar, entonces no podremos ni siquiera dar curso a nuestros pensamientos respecto al Zen. A aquello que habitualmente llamamos y consideramos el proceso cognitivo. En esas condiciones, ¿como podremos acercarnos y conocerlo?
Con todo el resto, al margen del pensamiento discursivo.
Es decir el Zen atañe a un ámbito en el que el pensamiento discursivo no sirve para nada, más bien estorba. Por tanto, en ese campo, no sirven para nada la lógica, la racionalidad, el buen sentido, la imaginación, la fantasía...
No nos debemos desalentar en el momento en que somos llamados en causa en ausencia del pensamiento discursivo. Estamos perfectamente en condiciones de funcionar, de actuar y aprender en esas condiciones, pero, de repente, no nos damos cuenta. En este momento, si de verdad me estáis escuchando, no estáis pensando, es decir no producís pensamiento discursivo.
O bien, por ejemplo, imaginad que sucede cuando escuchamos una música y estamos verdaderamente absortos en esa escucha, también es ese caso nuestro pensamiento está privado de contenido y es por esto que podemos dejarnos invadir por la música. Apenas nos ponemos a pensar, incluso a propósito de la música misma, en ese momento ya no escuchamos. Así sucede también cuando miramos una película, o bien leemos un libro. Incluso cuando hacemos el amor; si nos ponemos a pensar, a razonar, a calcular, arruinamos todo.
Para acercarnos otra vez a aquel ámbito que en occidente es definido como ámbito religioso o religión simplemente, observemos un momento lo que sucede mientras rezamos. Si mientras recitamos una oración nos ponemos a pensar en nuestras cosas, llegaremos en un instante al fin de la oración, pero no seremos de ninguna manera conscientes de aquello que hemos repetido. Nuestros labios, en ese caso, emiten sonidos que para nosotros no tienen un sentido particular.
Repetir mecánicamente una palabra u otra es indiferente (a parte de las diferencias sutiles suscitadas por un sonido u otro). En el budismo Zen, refiriéndose a ese modo distraído de rezar, se dice que es como el croar de las ranas, donde incluso la rana mejor y más diligente está solo croando. Aquello que quiero decir es que el pensamiento discursivo es un estorbo incluso cuando rezamos.
Podemos dar un paso más. Pensemos, por ejemplo, en la fe. Si cuando decimos o proclamamos “yo creo en Dios”, precisamente en aquel instante nos imaginamos a Dios, es decir, damos un rostro, una forma o una característica al Dios en el que creemos, inmediatamente somos idolatras. La fe para ser autentica no puede mas que ser vacía. Sin un objeto o un muñeco imaginado por nosotros. Incluso en Dios el camino, el pasaje correcto es, por tanto, no alimentar el pensamiento discursivo, la imaginación. No es fácil, más bien es muy difícil. Y es difícil por un motivo muy claro, evidente, estamos apegados, adheridos a nuestros pensamientos, a nuestras opiniones sobre la realidad, a nuestras concepciones de la vida. Hasta el punto que estamos orgullosos, las exhibimos y por añadidura buscamos imponerlas a los otros.
Esto sucede a pesar de que todas nuestras ideas y representaciones de la realidad están seguramente, irremediablemente erradas. Por que no son otra cosa que fruto de nuestra imaginación.
La realidad escapa del pensamiento y de las definiciones verbales.
Podemos decir que existen varios planos de realidad. Simplificando, podemos restringir nuestra observación a dos de ellos: el plano convencional y el plano no convencional, el cual, provisionalmente, podemos definir como sustancial.
Si me muevo sobre el plano convencional y digo “el cielo es azul”, está bien, lo entendemos y no produzco escándalo. También así, hablando comúnmente, si digo que Dios es bueno o que el zen es fascinante, no pienso que suscite otra cosa que un tibio consentimiento y un moderado aburrimiento.
Sin embargo, sobre el plano no convencional estas afirmaciones no tienen ningún sentido. Son migajas de sentido común.
De hecho el cielo, en tanto tal, no tiene color, más bien no es siquiera posible imaginarlo, ¿como podríamos decir por tanto que color tiene? A menos que nos refiramos al contenido del cielo, es decir el aire, las nubes, las estrellas y el universo entero, pero este contenido es variado y en cualquier instante decir que es azul no tiene sentido.
Lo mismo vale para la afirmación “Dios es bueno”. Es un antropomorfismo, que si es aplicado a Dios hace una marioneta reducida a nuestra esperanzas de cómo quisiéramos que fuera.
Decir pues que el Zen es fascinante es verdaderamente demostrar que no sabemos de qué estamos hablando. Es una afirmación que recuerda a la Patafísica de Jarry.
Sin embargo, en la vida de todos los días, un poco por hábito somnoliento un poco porque en realidad no es posible hacer otra cosa que expresarse a través de imágenes codificadas que remiten a una realidad muy distinta de nuestras palabras, usamos expresiones como “azul”, “bueno” y “fascinante”, sin ni siquiera preguntarnos cual sea su verdadera pertinencia, qué relación tienen con aquello de lo que estamos hablando y pensando.
El ámbito del Zen comienza cuando dejamos caer estos estereotipos, y entre los estereotipos incluyo tanto el significado como el significante. Es decir tanto los conceptos o hipótesis a propósito de la realidad, como las palabras para expresarlos. Entramos en ese ámbito cuando comenzamos a observar con nuestros ojos sin interferir. A escuchar con nuestras oídos sin interferir. A considerar la realidad con todo lo que somos, sin esconderla con el pensamiento discursivo y la imaginación.
Atención, no estoy diciendo que el pensamiento discursivo, el razonamiento sean cosas malas o inútiles. Absolutamente no, es una cuestión de ámbitos. Si debo construir un puente, será necesario, indispensable, utilísimo dar cuerpo a todas las fantasías que me puedan ayudar a calcular los requerimientos a los que será sometido, para imaginar cual será su estructura.
O bien si debo plantar un cultivo de alubias, especialmente si soy un principiante, debo hacer muchos razonamientos, valoraciones y medidas, cálculos y previsiones, fantasías de todo tipo.
Si en cambio intento dedicar mi atención a la naturaleza real de mi vida, al sentido último de las cosas, al significado a atribuir a términos como Dios, vida, muerte, entonces mis razonamientos no me llevarán lejos. Porque inevitablemente serán imaginaciones, fantasías a propósito de aquello que no conozco y que no tiene nada que ver con el pensamiento discursivo, si no es por el hecho de que también el pensamiento discursivo está al interior de nuestro campo de investigación. Y estando al interior no lo puedo comprender, ni describir, porque tanto el comprender como el describir son operaciones que requieren un punto de vista externo. No solo, el contenido del pensamiento, nuestra fantasías, son necesariamente finitas (es decir, no infinitas), sobre el plano temporal además de sobre el espacial. En otras palabras la inmortalidad, el infinito, la eternidad o, si preferís, Dios, es un pez demasiado grande (o demasiado pequeño) para poder ser capturado con el pensamiento.
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Del libro "E SE UN DIO NON CI VENISSE A SALVARE?. Il buddismo Zen in sei conversazioni", de Mauricio Y. Marassi y Giuseppe J. Forzani", Ed. Marietti, Genova, 2003, p. 20 ss.
Traducción y fotografía: Roberto Poveda
Me gusta pensar, calcular... en fin, me gusta las operaciones mentales. Releyendo el texto me doy cuenta, además, de que a mi mente le aterra prescindir de ese entretenimiento.
ResponderEliminarY sin embargo hay no sé qué en mí que, también, está encantado cuando desaparece la pensadora con sus entretenimientos y sucede una especie de "caída libre" de la que solamente tengo conciencia cuando vuelvo. Sin haberme ido del mundo, claro.
Total, bobadas! Cada cosa en su tiempo. Creo.
1saludo y agradecida por esta entrada. Me ha gustado mucho.
Muy buen artículo, me ha gustado especialmente la distinción entre verdad convencional y no convencional, en línea con el pensamiento de Nagarjuna, del que copio unas palabritas de su libro principal, Fundamentos de la Vía Media:
ResponderEliminar24.8 - Las enseñanzas de los budas se basan en dos verdades, la verdad convencional (samvrti) y la verdad según el sentido último (paramartha).
24.9 - Quienes no comprenden la diferencia entre estas dos verdades no comprenden la verdad profunda que habita en el mensaje del Buda.
24.10 - Se enseña que el sentido último descansa en lo convencional y que, sin alcanzar el sentido último, no se entra en el nirvana.
En otra parte, escribe:
“Todo es verdad (tathyam) y nada es verdad. Y todo es verdad y no verdad. Y no es ni verdad ni no verdad. Esa es la enseñanza de los Budas. Sin depender de otro, serena, no creada por la fabricación mental, más allá de toda discriminación, sin distinciones: tales son las características de la realidad.
Lo que sea que viene a depender de otro no es ni idéntico a esa otra cosa ni tampoco diferente de esa otra cosa. Por tanto no es ni no existente en el tiempo ni eterno. Lo que no es ni uno ni múltiple, ni discontinuo ni eterno, ésa es en realidad la ambrosía de la enseñanza de los Budas, protectores del mundo.”
Concluyendo finalmente con una proposición revolucionaria acerca del samsara y el nirvana:
25.3 – Del nirvana se dice que es lo que no ha sido abandonado ni alcanzado, lo que no ha sido destruido ni permanece, lo que no se extingue ni se produce.
25.19 – No hay diferencia alguna entre samsara y nirvana, ni la hay entre nirvana y samsara.
25.20- La cima del nirvana es la cima del samsara. Entre ambos, no es concebible la más sutil diferencia.
25.24-El despierto no enseñó ningún dharma [principio] de nada en ningún lugar. Apaciguar cualquier aprehensión, apaciguar toda elucubración (prapañca) es lo más saludable.
Gassho