“Esconder la luz y ocultar las huellas”, tôkô kaiseki, o incluso binseki tôkô, una variante con el mismo sentido, es una fórmula zen que invita a la invisibilidad. El sabio chino quiere alejarse del mundo, abandonar los caminos trazados por los hombres. Penetra en las verdes montañas y los valles profundos y cabalga en el viento. El taoísmo influenció intensamente al primer zen de la época Tang (ss. VII-X). La metáfora está tomada de esta antigua tradición china, que lleva el arte del ocultamiento y la ligereza a su cumbre. Ya Laozi (Laotseu) dice en el Daode jing: “Aquel que sabe andar no deja huellas.”
La escuela llamada “la montaña de la Cabeza de Búfalo” (niutoushan), una de las primeras corrientes del zen chino relacionada, sin duda a posteriori, con el cuarto patriarca Dayi Daoxin (580-651), había hecho de la desaparición un ejercicio espiritual. La corta biografía de uno de sus maestros, un cierto Zhongshan Yuncui (ss. VII), informa simplemente sobre este último que “oculto sus huellas sobre el monte Zhong donde pasó numerosos años”. Todo lector chino evidentemente comprende que este Yuncui se retiró a una ermita solitaria sobre el monte Zhong. La escritura china es escueta. En solamente dos palabras, “ocultar sus huellas”, dice más sin embargo que el simple aislamiento físico. La metáfora sugiere una manera de ser en la que nadie sabría distinguir lo que destaca del abandono exterior y del abandono interior.
A pesar de que el budismo hindú subraya la necesaria dimensión comunitaria, el budismo chino es heredero de un taoísmo fundamentalmente individualista. Para todos esos monjes el eremitismo parecía natural. Se internaban en las montañas y en los valles, donde permanecían largos años sin ver a un solo ser humano, teniendo por únicos compañeros los pájaros y las bestias salvajes. Después de haberse convertido en monje, Fayong (594-657), que se convirtió en el primer patriarca de esta escuela niutoushan, se estableció en una gruta al pie de la montaña Cabeza de Búfalo. Bastantes años más tarde el maestro zen Daoxin, que buscaba un “hombre del dao” - la expresión se ha retomado en el zen – tuvo noticias de que un cierto Fayong, denominado “el perezoso” por los monjes del templo vecino, vivía solo en la montaña. Evidentemente esta pereza era enteramente taoísta. Si Fayong obscurecía sus huellas de esa forma sin duda debía ajustarse al dao. Daoxin fue a su encuentro y le trasmitió su enseñanza.
En China, como en toda sociedad tradicional, el individuo se insertaba en una red de relaciones y obligaciones familiares, sociales y políticas que lo confinaban en su posición. “Salir de la familia”, shukke (el término designa al monje o al renunciante budista), ocasionaba una ruptura radical con la identidad social, ruptura que no dejó de plantear dificultades en la implantación del budismo en Extremo-Oriente. El monje se rasuraba la cabeza, cambiaba de vestidos, adoptaba un nuevo nombre, otros tantos signos que manifestaban su desarraigo de todas las representaciones sociales (incluso si evidentemente reencontraba una posición en el monasterio, además de que la sangha, la comunidad de monjes, terminó por ocupar un lugar esencial en la sociedad china).
Bajo las dinastías Song (ss. XI-XII), los monjes vivían a veces en grandes comunidades y el término mismo de obscurecer las huellas llegó simplemente a designar el ideal del monje que se separaba del siglo. En un pequeño libro consagrado a las reglas monásticas Dôgen escribió por ejemplo: “Los hombres del pasado vivían en lejanas montañas y practicaban en apartados bosques. No solamente las ofrendas eran raras sino que también habían abandonado todas las relaciones. Vosotros debéis estudiar su aspiración a cubrir su brillo y a obscurecer sus huellas” (Reglas para la segunda sala de monjes). Desde su propia perspectiva los monjes no rechazaban el mundo de los hombres, rechazaban simplemente conformarse a sus expectativas, al deseo de agradar, al de ser conocido. Rechazaban vivir a través de las imágenes que les imponía el mundo. Preferían desertar para profundizar lo esencial y excavar en ellos mismos un camino hacia el corazón.
Oscurecer las huellas no consiste simplemente en sustraerse del mundo para comprometerse con la vía, más radicalmente todavía, se trata de morir a las propias representaciones, incluida la de ser budista. Huike (487-593), Eka en pronunciación japonesa, fue el segundo patriarca del zen chino y el sucesor de Bodhidharma. Su biografía informa de que meditó durante años hasta que un día, en el transcurso de una meditación, tuvo la visión de un espíritu que le ordenó dirigirse al sur. Una tarde de invierno llegó por fin al templo de Shaolin, donde residía el austero Bodhidharma. Este no le autorizó a entrar. Eka permaneció fuera bajo la nieve que caía en grandes copos. Al alba Bodhidharma lo reencontró en el frío, sepultado bajo la nieve, Huike le suplicó nuevamente que le acogiera pero Bodhidharma le trató de nuevo con aspereza. Para mostrar su determinación Huike se cortó entonces el brazo izquierdo. Finalmente Bodhidharma le autorizó a entrar. La anécdota, más simbólica que histórica, es famosa. Después de muchos años de profundización Bodhidharma le trasmitió su ropa monacal, su kesa, como prenda de su reconocimiento. A continuación Huike prosiguió la tarea de su maestro. Después de haber trasmitido la ropa de Bodhidharma a su discípulo Sengcan se dirigió a la ciudad de Ye donde enseñó durante treinta y cuatro años. Después repentinamente “hizo borrosas sus huellas y sus actitudes cambiaron”. Ya no se ciñó más a las actitudes esperadas en los monjes, se hizo libre, yendo y viniendo por lugares infames e impuros, en contra de todas las reglas de decoro budistas. No dirigía un templo, se contentaba con enseñar en el umbral de un monasterio (la gran puerta es el edificio de entrada), no del todo en el mundo profano ni tampoco del todo en el mundo sagrado. Mantenerse en el intervalo era sin duda una manera de no estar atrapado por uno u otro mundo, de no escaparse, de no sucumbir. Pero no se suele perdonar a aquellos que escogen lo indefinible. Víctima de la envidia Huike fue finalmente asesinado. Tocamos aquí el punto último de la enseñanza del zen: ¿Cómo acercarse lo más cerca de lo invisible?
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Del libro "Les bouddhas naissent dans le feu". Éric Rommeluère, Ed. Seuil, Paris, 2007.
Traducción y fotografía: Roberto Poveda
Muchas veces las personas no actuamos asi, borramos nuestras huellas pero nos cuidamos muy mucho de que lo sepa todo el mundo.Tenemos que sincerarnos con nosotros mismos,vale la pena.Gracias por la traduccion es muy bonita.
ResponderEliminarRoberto, gracias una vez más por poner a la disposición de todos las traducciones de artículos tan interesantes como este. Un abrazo. alfonso
ResponderEliminar¿Cómo acercarse? No siempre me sale bien pero sé que aproximadamente es apartando a un ladito y con dulzura las propias representaciones con mucha suavidad, paciencia y cariño. Lo dice el texto y es verdad del todo.
ResponderEliminarUn abrazo, Roberto, tu labor sigue siendo impagable, en serio :)
Felicidades por el curro, gran artículo, con tu permiso voy a mirar un poquito más por tu blog.
ResponderEliminarHola Roberto, es el texto que consulté gracias a tu información para un capítulo de la vida de Ryokan, gracias por este ofrecimiento.
ResponderEliminarSu título me ha acompañado en mi caminar estos días.