A menudo se entiende, entre aquellos que practicamos la meditación en occidente, que cualquier práctica del pensamiento, del estudio y de la reflexión está de más en este camino. Es, por ejemplo, muy conocido y repetido, dentro de la tradición chan/zen, el dicho de que el zen es una trasmisión más allá de las palabras. Este dicho normalmente es erróneamente interpretado, deduciéndose una mala comprensión de lo que está en juego. Dicho error viene, entre otras razones, de un desconocimiento del contexto histórico en el que se forjó dicha tradición. Un contexto en el que el trabajo escolástico sobre los textos había llegado a reemplazar en numerosos casos a la práctica de la meditación y frente al que había que reaccionar para devolver la práctica a su lugar central.
En realidad, si no existe un análisis de nuestros conceptos adquiridos (consustanciales al corpus religioso y filosófico occidental en el que hemos sido educados) y, simultáneamente, una comprensión crítica que decodifique la sabiduría del budismo (formulada hasta hace poco en términos puramente orientales) arrastraremos inconscientemente toda una serie de conceptos previos a nuestra práctica, desvirtuándola. Finalmente deformaremos esta sabiduría, pervirtiéndola hasta convertirla en una escapatoria exótica ante las exigencias de nuestra propia realidad y en un nuevo escolasticismo carente de un sentido real.
Precisamente sobre “La importancia del estudio” nos habla Fabrice Midal en este breve texto. Fabrice Midal, nacido en en 1967, se ha formado con numerosos enseñantes tibetanos, si bien su mayor influencia deriva del estudio de la enseñanza de Chogyam Trungpa, al cual, si bien no conoció personalmente, está dedicada una buena parte de su obra escrita. Doctorado en filosofía por la Sorbona, dedicó su tesis doctoral al “Sentido de lo sagrado en el arte moderno”, actualmente enseña fotografía en la universidad de París VIII. Entre su amplia bibliografía encontramos, además de escritos sobre budismo y meditación, obras en las que dirige su reflexión al campo del arte y de de la filosofía occidentales. Enseña meditación desde 1995, y en el año 2007 ha fundado el grupo Prajna & Philia dedicado al establecimiento de un budismo occidental fuera de cualquier espíritu sectario.
De Fabrice Midal, si no son incorrectos mis datos, desgraciadamente solo podemos encontrar actualmente un libro traducido al castellano “Trungpa. Biografía : el nacimiento del budismo occidental” publicado por Metafísica del tercer Milenio S.L., Barcelona, 2004.
Este texto ha sido traducido del libro de Fabrice Midal "Quel bouddhisme pour l'Occident" publicado por Ed. du Seuil, París 2006.
En realidad, si no existe un análisis de nuestros conceptos adquiridos (consustanciales al corpus religioso y filosófico occidental en el que hemos sido educados) y, simultáneamente, una comprensión crítica que decodifique la sabiduría del budismo (formulada hasta hace poco en términos puramente orientales) arrastraremos inconscientemente toda una serie de conceptos previos a nuestra práctica, desvirtuándola. Finalmente deformaremos esta sabiduría, pervirtiéndola hasta convertirla en una escapatoria exótica ante las exigencias de nuestra propia realidad y en un nuevo escolasticismo carente de un sentido real.
Precisamente sobre “La importancia del estudio” nos habla Fabrice Midal en este breve texto. Fabrice Midal, nacido en en 1967, se ha formado con numerosos enseñantes tibetanos, si bien su mayor influencia deriva del estudio de la enseñanza de Chogyam Trungpa, al cual, si bien no conoció personalmente, está dedicada una buena parte de su obra escrita. Doctorado en filosofía por la Sorbona, dedicó su tesis doctoral al “Sentido de lo sagrado en el arte moderno”, actualmente enseña fotografía en la universidad de París VIII. Entre su amplia bibliografía encontramos, además de escritos sobre budismo y meditación, obras en las que dirige su reflexión al campo del arte y de de la filosofía occidentales. Enseña meditación desde 1995, y en el año 2007 ha fundado el grupo Prajna & Philia dedicado al establecimiento de un budismo occidental fuera de cualquier espíritu sectario.
De Fabrice Midal, si no son incorrectos mis datos, desgraciadamente solo podemos encontrar actualmente un libro traducido al castellano “Trungpa. Biografía : el nacimiento del budismo occidental” publicado por Metafísica del tercer Milenio S.L., Barcelona, 2004.
Este texto ha sido traducido del libro de Fabrice Midal "Quel bouddhisme pour l'Occident" publicado por Ed. du Seuil, París 2006.
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La importancia del estudio
Fabrice Midal
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Un día, en un café, discutía con Philippe Cornu. Autor del Diccionario enciclopédico del budismo sobre las diversas vías de comprensión de la vacuidad y de los problemas que plantea su exposición en occidente. Una mujer joven sentada en un mesa vecina, que nos había escuchado, se acerco a nosotros: “He escuchado vuestra conversación. Os complicáis la vida, el budismo simplemente consiste en vivir la belleza del momento presente.” Numerosos budistas confunden de esa manera la apertura del no pensamiento con la ausencia de cualquier reflexión. En nombre de una crítica de lo “mental” han puesto el pensamiento a dormir y olvidan que el estudio es, en su sentido verdadero, práctica.
La llamada a superar una relación mental y voluntarista, “conceptual”, con todas las cosas no tiene nada que ver con un abandono de la actividad del pensamiento. ¡Extraño contrasentido! Muestra como se ha convertido en difícil, para nosotros, occidentales, entender lo que puede ser una relación no utilitaria, no marcada por la preocupación de dominar la experiencia de pensar. Esto es, sin duda, que no sabemos pensar todavía.
Muy a menudo cualquier esfuerzo por superar un conjunto de convenciones estériles y vagas es tomado por un intelectualismo contrario a la práctica de la meditación. Esto es una catástrofe. Sin un esfuerzo serio por cuestionar las propias ideas recibidas, los conceptos, nos agarran por la punta de la nariz. La denuncia de la reflexión es el lecho de todos los totalitarismos, tanto el de nuestro propio ego, como el de los estados que han hecho estragos en el siglo XX. Es el momento de volverse responsables.
La práctica de la meditación sin una comprensión de la perspectiva que la anima se convierte en una gimnasia sin amplitud, una esfera donde es posible dirigirse a placer para protegerse del carácter abrupto de la existencia. Estudiar es la vía obligada para que nuestra mirada se enderece y despierte. Un esfuerzo así ciertamente demanda, para no enfrascarse en la vana erudición estar vivo y alerta a lo posible. Práctica y estudio, experiencia y disciplina son las dos alas del mismo pájaro: “El verdadero conocimiento es siempre recogimiento sobre su objeto y el verdadero recogimiento no puede no conocer este objeto perfectamente (1)” Es un error muy occidental oponer la meditación al estudio, como si existiera alguna oposición entre ambos. Si la meditación es realmente la vía budista, sin embargo depende de la perspectiva que la sostiene.
Sin comprender la forma en la cual la velocidad y el movimiento de nuestro espíritu nos determina, ¿cómo practicar? El budismo está muy al corriente de que nuestro pensamientos limitan y controlan nuestra vida. Lo que existe para nosotros condiciona lo que vemos. Si no hemos examinado nunca esta suposición, creeremos en la existencia de un yo substancial, cada una de nuestras experiencias confirmará esta creencia y todo lo que nos llegue será manipulado para confirmar esta creencia. No podemos pues sentarnos con nuestra concepción habitual y convencional de un “yo” intacto. Si lo hacemos, nuestra práctica no hará más que reforzar esta idea. Los estados agradables nos volverán felices, y los estados penosos nos desanimaran. Nos será imposible mirar de forma imparcial aquello que se manifiesta.
La dificultad para entender una enseñanza budista reside en nuestras propias preconcepciones sobre lo que significa estudiar. Para nosotros el pensamiento permanece a menudo como un ejercicio intelectual, teórico y escolar. No vemos que puede ser una autentica práctica, una aventura que nos habrá al mundo de una manera inesperada y viva. El estudio no es, en una perspectiva espiritual, erudición sino conocimiento – donde se es uno con aquello que se tiene en vista.
Nuestra relación con el budismo permanece a menudo marcada por la educación que hemos recibido. Y no somos a menudo conscientes del todo, en tanto que nuestra educación constituya el único horizonte que conozcamos. Creemos estudiar el dharma o – prefiriendo investirnos en la práctica – no estudiarlo, sin saber de ninguna manera que es el estudio.
Un trabajo de reflexión reflexión es necesario sobre que quiere decir el hecho de “estudiar”, que puede también designar el pensamiento filosófico como aventura, la contemplación o también la confrontación poética. Vemos aquí, nuevamente, como el budismo, por no ser de occidente, trabajado en el crisol de occidente es desnaturalizado – prisionero de impensados que lo privan, independientemente de nuestra intención, de cualquier sabor. El budismo occidental no es una deformación del budismo, sino la única posibilidad duradera de preservarlo.
En los diferentes centros budistas es dada a menudo una enseñanza que se articula, con más o menos suerte y rigor, con la práctica de la meditación. Hay ahí un equilibrio que puede recargar el sentido de la trasmisión espiritual y alimentar la palabra que lo testimonia. Pocas personas saben que numerosos budistas consagran sus veranos a estudiar los textos canónico, por ejemplo las obras de Nagarjuna, con sus diferentes comentarios indios, chinos o tibetanos.
Numerosos desafíos se plantean si embargo para permitir la expansión del estudio del budismo en un contexto espiritual actual. La enseñanza permanece a menudo – y de forma paradójica vista la historia y el sentido del budismo – escolástica. Se presentan lista austeras de afirmaciones a aprender sin discusión y ello muy particularmente en el seno de la tradición tibetana. O también la enseñanza se reduce a un conjunto de convenciones fastidiosas, engranadas unas tras otras.
Hace falta un esfuerzo por pensar una pedagogía de la enseñanza que responda más adecuadamente a nuestra manera de pensar y a la educación que hemos recibido – favoreciendo la facultad de reflexión y no solamente de memorización.
A menudo hace falta también una experiencia de pensamiento que ponga esta tradición en cuestión y la interrogue. Le falta entonces el elemento de aventura que le permitiría ser la prueba autentica de aquello que está en juego en la situación misma donde se pone a prueba, se despliega y busca estar viva.
(1) Patrick Carré, “Commentaire” en "Fa Hai, Le Soutra de l'Estrade du sixième patriarche Houei-neng" París, Ed. du Seuil, 1995, p. 168.
La llamada a superar una relación mental y voluntarista, “conceptual”, con todas las cosas no tiene nada que ver con un abandono de la actividad del pensamiento. ¡Extraño contrasentido! Muestra como se ha convertido en difícil, para nosotros, occidentales, entender lo que puede ser una relación no utilitaria, no marcada por la preocupación de dominar la experiencia de pensar. Esto es, sin duda, que no sabemos pensar todavía.
Muy a menudo cualquier esfuerzo por superar un conjunto de convenciones estériles y vagas es tomado por un intelectualismo contrario a la práctica de la meditación. Esto es una catástrofe. Sin un esfuerzo serio por cuestionar las propias ideas recibidas, los conceptos, nos agarran por la punta de la nariz. La denuncia de la reflexión es el lecho de todos los totalitarismos, tanto el de nuestro propio ego, como el de los estados que han hecho estragos en el siglo XX. Es el momento de volverse responsables.
La práctica de la meditación sin una comprensión de la perspectiva que la anima se convierte en una gimnasia sin amplitud, una esfera donde es posible dirigirse a placer para protegerse del carácter abrupto de la existencia. Estudiar es la vía obligada para que nuestra mirada se enderece y despierte. Un esfuerzo así ciertamente demanda, para no enfrascarse en la vana erudición estar vivo y alerta a lo posible. Práctica y estudio, experiencia y disciplina son las dos alas del mismo pájaro: “El verdadero conocimiento es siempre recogimiento sobre su objeto y el verdadero recogimiento no puede no conocer este objeto perfectamente (1)” Es un error muy occidental oponer la meditación al estudio, como si existiera alguna oposición entre ambos. Si la meditación es realmente la vía budista, sin embargo depende de la perspectiva que la sostiene.
Sin comprender la forma en la cual la velocidad y el movimiento de nuestro espíritu nos determina, ¿cómo practicar? El budismo está muy al corriente de que nuestro pensamientos limitan y controlan nuestra vida. Lo que existe para nosotros condiciona lo que vemos. Si no hemos examinado nunca esta suposición, creeremos en la existencia de un yo substancial, cada una de nuestras experiencias confirmará esta creencia y todo lo que nos llegue será manipulado para confirmar esta creencia. No podemos pues sentarnos con nuestra concepción habitual y convencional de un “yo” intacto. Si lo hacemos, nuestra práctica no hará más que reforzar esta idea. Los estados agradables nos volverán felices, y los estados penosos nos desanimaran. Nos será imposible mirar de forma imparcial aquello que se manifiesta.
La dificultad para entender una enseñanza budista reside en nuestras propias preconcepciones sobre lo que significa estudiar. Para nosotros el pensamiento permanece a menudo como un ejercicio intelectual, teórico y escolar. No vemos que puede ser una autentica práctica, una aventura que nos habrá al mundo de una manera inesperada y viva. El estudio no es, en una perspectiva espiritual, erudición sino conocimiento – donde se es uno con aquello que se tiene en vista.
Nuestra relación con el budismo permanece a menudo marcada por la educación que hemos recibido. Y no somos a menudo conscientes del todo, en tanto que nuestra educación constituya el único horizonte que conozcamos. Creemos estudiar el dharma o – prefiriendo investirnos en la práctica – no estudiarlo, sin saber de ninguna manera que es el estudio.
Un trabajo de reflexión reflexión es necesario sobre que quiere decir el hecho de “estudiar”, que puede también designar el pensamiento filosófico como aventura, la contemplación o también la confrontación poética. Vemos aquí, nuevamente, como el budismo, por no ser de occidente, trabajado en el crisol de occidente es desnaturalizado – prisionero de impensados que lo privan, independientemente de nuestra intención, de cualquier sabor. El budismo occidental no es una deformación del budismo, sino la única posibilidad duradera de preservarlo.
En los diferentes centros budistas es dada a menudo una enseñanza que se articula, con más o menos suerte y rigor, con la práctica de la meditación. Hay ahí un equilibrio que puede recargar el sentido de la trasmisión espiritual y alimentar la palabra que lo testimonia. Pocas personas saben que numerosos budistas consagran sus veranos a estudiar los textos canónico, por ejemplo las obras de Nagarjuna, con sus diferentes comentarios indios, chinos o tibetanos.
Numerosos desafíos se plantean si embargo para permitir la expansión del estudio del budismo en un contexto espiritual actual. La enseñanza permanece a menudo – y de forma paradójica vista la historia y el sentido del budismo – escolástica. Se presentan lista austeras de afirmaciones a aprender sin discusión y ello muy particularmente en el seno de la tradición tibetana. O también la enseñanza se reduce a un conjunto de convenciones fastidiosas, engranadas unas tras otras.
Hace falta un esfuerzo por pensar una pedagogía de la enseñanza que responda más adecuadamente a nuestra manera de pensar y a la educación que hemos recibido – favoreciendo la facultad de reflexión y no solamente de memorización.
A menudo hace falta también una experiencia de pensamiento que ponga esta tradición en cuestión y la interrogue. Le falta entonces el elemento de aventura que le permitiría ser la prueba autentica de aquello que está en juego en la situación misma donde se pone a prueba, se despliega y busca estar viva.
(1) Patrick Carré, “Commentaire” en "Fa Hai, Le Soutra de l'Estrade du sixième patriarche Houei-neng" París, Ed. du Seuil, 1995, p. 168.
Importante. Los conceptos; las palabras y su intercambio; el estudio; la interpretación comprensiva, todo esto es importante.
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