domingo, 3 de marzo de 2013

La vía del Despertado. Éric Rommeluère.


«En una instrucción colectiva el maestro Zhaozhou Congshen dijo: “Esa palabra “buda”, no me gusta oírla.”»


Charlas de Zhaozhoui




El término budismo debería usarse con cierta precaución. Emplearlo presupone un sistema de pensamiento coherente, en condiciones de explicarnos aquello que somos y todas esas cosas que se llaman el mundo. Pero hemos de entender realmente que el empleo de una palabra así permite simplemente situar un objeto del pensamiento, denominado “budismo”, en el dominio de las ideas, y nada más. Todo libro que hoy en día se escribe sobre budismo parece tener que tomar partido en la batalla de las definiciones, e inevitablemente abordar, más o menos explícitamente,  cuestiones previas tales como: ¿es el budismo una religión?, ¿una filosofía?, ¿una psicología?, etc. La empresa es laudable, objetivarlo para comprenderlo mejor, e igualmente ordenarlo, compararlo y situarlo en el dominio de las ideas. Pero se podría ser más radical en la interrogación, no preguntarse lo que es el budismo, sino plantearse la cuestión de su existencia. ¿No es en definitiva el objeto denominado budismo una construcción del intelecto? Una cuestión así puede parecer ridícula, pues son los budistas mismos quienes mejor parecen explicar y enseñar su tradición. Pero, ¿se puede ser budista creyendo que existiría una cosa llamada budismo? Insistimos: ¿Existe verdaderamente el budismo o es simplemente una visión de la mente? O aun mejor, ¿una visión de la mente existe?  Por otra parte, ¿qué es una visión de la mente? Se podría profundizar y multiplicar este tipo de preguntas. Los hombres del zen, más que preocuparse del estatus del budismo en el dominio de las ideas, lo han practicado. La apuesta es crucial: ¿cómo despertarse en esta vida?

El empleo de la palabra plantea una trampa. El neologismo data de principios del siglo XIX. Se trataba en aquel momento de identificar y abarcar bajo un mismo término un conjunto de doctrinas, de ritos y de escuelas que se remitían todas a un cierto Buda, de las cuales no se percibía demasiado bien, hasta entonces,  el parentesco. Así nació el bud-ismo. Los chinos y los japoneses hablaban de la “enseñanza de Buda”, buppô, o de la “vía de Buda”, butsudô. El deslizamiento puede parecer ínfimo, sin embargo, ¿reducir a un sistema de pensamiento (un -ismo) esta enseñanza,  no genera una cierta confusión? Todo sistema de pensamiento nos sitúa a distancia de lo real, sin lo cual no podría explicarlo. Acorrala (un -ismo) su propia incoherencia, en tanto que no es puesto en cuestión permanece válido. En el transcurso de los siglos los budismos han sido construidos efectivamente como complejas teorías de la realidad. Se han elaborado, refinado, confrontado a veces, pero la vía de Buda comporta en si otra cosa que una simple teoría o doctrina.  Comporta un saber hacer (otro sentido de buppô : “El método de Buda”) y este saber hacer es apertura a lo real, apertura al espíritu inabarcable.

Nos preguntamos si incluso el empleo de la palabra “budismo” no obtura sutilmente el paisaje que nos muestran todos estos hombres del zen, haciéndonos creer que nos podríamos contentar con adoptar, nosotros occidentales, otro sistema de pensamiento que nos resultará más satisfactorio, menos anticuado que otros sistemas religiosos, y sin embargo bastante más espiritual que todos los materialismos conocidos. Afirmarse budista se vuelve a veces, explicita o implícitamente, afirmarse contra otros ideales religiosos, filosóficos o espirituales. Argumentar, confrontarse, afirmar, negar. Convertirse en budista hoy en día va bien con el aire de los tiempos: una religión sin dios, he ahí lo que agrada. ¿Pero es realmente esto hacer la experiencia del budismo? A decir verdad la vía de Buda no puede reducirse a un sistema de pensamiento destinado a confortarnos, a calmarnos (si creemos en él) o inversamente a irritarnos, a enfrentarnos (si no creemos en él).

Pregunta: ¿Si soy budista quiere decir que me adhiero a un sistema de creencias?, como la ley del karma, la trasmigración, etc. Es decir: ¿Me proyecto en nuevos pensamientos con los cuales me voy a identificar y de los que me voy a apropiar? ¿Se trata de que convierta mis creencias en otras creencias? ¿O bien, si la vía de Buda me penetra totalmente, se trata de una cosa de otro género?: ¿Sabré volver mi mirada, pensar lo impensado, o simplemente comprender lo que significa creer?

No podéis convertiros al budismo. El budismo, en tanto que permanece percibido, vivido como un simple sistema explicativo, no es de ninguna forma la vía del Despertado. ¡No!, no se trata de adoptar nuevas coordenadas de lectura en lugar de otras, de creer más bien en la reencarnación que en la resurrección. Es completamente lo contrario. Hay que dejar derrumbarse todo y hacer la experiencia directa del despojamiento y de la desnudez. Realmente el budismo no existe. No es más que una palabra que, tomada demasiado en serio, se convierte en fuente de apuestas y de confrontaciones.

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Del libro Les bouddhas naissent dans le feu. Éric Rommeluère. Ed. Seuil, Paris, 2007
Traducción y fotografía: Roberto Poveda

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