La fragilidad de la vida, tan claramente palpable en estos días terribles y dolorosos que estamos viviendo en Valencia, nos confronta con nuestra propia finitud. Esta realidad, simultaneamente colectiva y absolutamente personal , ha impulsado en gran medida a la humanidad, para bien y para mal, a crear culturas, tecnologías y sistemas religiosos. El dilema sobre el sentido de la vida y la inevitabilidad de la muerte se presenta como una pregunta ineludible para todos los seres humanos, en todas partes y a lo largo de la historia, y se nos manifiesta también como una paradoja irreductible.
El problema de la muerte es, en realidad ,un problema de la vida; del ser vivo que contempla un horizonte sobre el que no es posible afirmar nada con certeza, más allá de proyecciones imaginarias y arbitrarias creadas por el que vive, no pudiéndose en cambio decir nada desde el no-lugar de la muerte.En vez de buscar respuestas, que por su propia naturaleza son imposibles, resulta más adecuado y factible profundizar en los término mismos del problema. Interrogar el sentido de nuestra existencia, en un mundo que a menudo parece absurdo o incomprensible, nos lleva a ahondar, por otro lado, en la interconexión entre todos los seres que nos componen y a valorar el momento presente como la única realidad que verdaderamente poseemos. Es aquí, al abrazar y servir a esta realidad presente, donde podemos encontrar la solución a los dilemas de la vida y la muerte, que, planteados de la forma habitual, auto centrada o egocentrica, "vivimos" como un problema, sin necesidad de buscar la conciliación de lo radicalmente ajeno en un futuro imaginario. Como dice Dōgen en uno de los textos que presentamos a continuación:
Cuando se dice vida, no hay otra cosa que vida; cuando se dice muerte, no hay otra cosa que muerte. Por tanto, cuando llega la vida, es solo vida; cuando llega la muerte, es necesario servir a la muerte. No odiar, no desear. […] Para convertirse en Buda, hay un camino muy simple: no hacer el mal de ninguna forma, sin apego al ciclo de vida y muerte, cultivando una profunda compasión hacia todos los seres vivos.
La cuestión de la vida y la muerte, aunque transversal en toda la obra de Dōgen, como en la de cualquier pensador religioso, es explícitamente abordada por este en tres de sus textos: Genjōkōan (Convertirse en el ser), que fue elegido por él como el primer texto de su obra magna, el Shōbōgenzō, constituyendo en gran medida un compendio introductorio del resto; Shōji, literalmente Vida y muerte; y Zenki, que aquí traducimos como El funcionamiento integral, siguiendo las traducción propuesta por la Stella del Mattino, que es de donde parte nuestra propia traducción. Es recomendable leer estos tres textos de manera conjunta.
En cuanto al Genjōkōan, ya hemos publicado diversas traducciones del mismo en este blog (una basada en la traducción de Gudō Nishijima, otra de Shōhaku Okumura y otra, la más reciente, que antecede a esta entrada, de La Stella del Mattino). También habíamos publicado ya las traducciones de Shōji y Zenki, si bien hemos decidido revisarlas, reagrupándolas en un pequeño libro, que presentamos hoy, junto con los comentarios realizados en su momento por Giuseppe Jisō Forzani. A los anteriores textos, por estar directamente conectados con el tema de hoy, hemos añadido una reflexión personal de Forzani sobre la cuestión de vivir y morir, un breve ensayo de Mauricio Yushin Marassi, y la traducción de un poema del maestro zen japonés Kōshō Uchiyama, siendo estos tres últimos textos inéditos hasta ahora en castellano.
Crucifixus est Dei Filius, non pudet, quia pudendum est;
ResponderEliminaret mortuus est Dei Filius, prorsus credibile est, quia ineptum est;
et sepultus resurrexit, certum est, quia impossibile.
— (De Carne Christi V, 4)
que puede traducirse como:
"El Hijo de Dios fue crucificado, no hay vergüenza, porque es vergonzoso;
Y el Hijo de Dios murió, es por eso por lo que se cree, porque es absurdo;
Y sepultado y resucitado, es cierto porque es imposible."
Hola Pietro. Ciertamente ese tipo de pensamiento le sirve a algunos para afrontar el problema existencial, solo hay que creérselo. Pero en otros casos, la "creencia" no (nos) sirve de mucho...
EliminarUn abrazo
El Hijo de Dios no murió ni morirá. El Hijo de Dios vive. Solo vive. Morir a uno mismo es nacer al espíritu. Es entrar en la vida eterna. Pero si esto es unacreencia, sirve de muy poco. No es la creencia lo que salva, sino la sabiduría.
EliminarMuchas gracias por compartirlo! _/\_
ResponderEliminarGracias con tus bellas palabras y el libro que compartes _/\_
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